sábado, 19 de abril de 2008

Ciencia, ocultismo y decadencia


He tenido mucho tiempo para recorrer la red buscando cualquier cosa relacionada con el hermetismo. Como cualquier realidad humana, la filosofía hermética ha dado a luz vástagos maravillosos (creo que en mis anteriores entradas he dado algunos ejemplos), y también ha expulsado a este mundo abortos. Normalmente (lo que resulta significativo) esos abortos están relacionados de una u otra forma con la ingente morralla pseudo-ocultista contemporánea, o con movimientos "neo-gnósticos" (o como se diga), y otras corrientes de nuevo cuño de las que he tenido noticia, y que ni me molesto en comentar. Sinceramente todas estas realidades me dan repelús. De hecho, vagamente puedo entender cómo la abundantísima proporción de obras sublimes relacionadas con el hermetismo (por otra parte, concentradas en el Renacimiento) ha podido degenerar en eso. Pero que nadie me malinterprete, no considero que el ocultismo sea una estupidez sin más; de hecho, pienso que algunos de los movimientos ocultistas decimonónicos no estuvieron exentos de grandeza. Algo en modo alguno sorprendente, teniendo en cuenta los extraordinarios niveles de civilización que se alcanzaron en el siglo XIX.

Desde luego, entiendo por qué los ocultistas se maravillaron del pasado, y entiendo su desencanto con ciertas filosofías supuestamente sostenedoras de la ciencia moderna. Aunque, por supuesto, nada fuera tan sencillo: muchos reputados ocultistas fueron asimismo científicos, etc. Ciencia, filosofía y religión no han estado siempre divorciadas, y ahí tenemos para demostrarlo al que creo ha sido el mayor genio científico de la Historia: Albert Einstein. De hecho, considero que el pilar más sólido para una buena teoría científica es la pasión por conocer, y no la pasión por resolver una ecuación (y no sé por qué me viene a la cabeza la famosísima Breve historia del Tiempo de Hawking). Volviendo a lo que nos incumbe, debo decir que cualquier filosofía construida de raíz para ser simplemente una oposición a cualquier otra, evidencia su fragilidad. Desde mi punto de vista, las estructuras filosóficas más sólidas, y las que perduran por más tiempo, son aquellas que contruyen sin necesidad de destruir. Casi cualquier teoría elaborada por el hombre es susceptible de contener algún elemento de utilidad; las filosofías totalizadoras, o aquellas que pretenden elevar un método como indiscutible, y en general las que se autodenominan más allá de toda duda como verdaderas, mienten en diverso grado.

Otra cosa son las posiciones dialécticas propias de la controversia ideológica (un elemento que por lo que veo ha desaparecido en nuestros días). Digo esto porque considero esencial para el avance de las filosofías y las ciencias el enfrentamiento directo. El enfrentamiento lleva a menudo a la alianza y la construcción de algo más grande, y precisamente por este hecho, las polarizaciones y las escuelas de pensamiento aisladas, predominan en las épocas de decadencia cultural (como la nuestra). En efecto, tiene algo de razón Festugière al sostener al comienzo de su Révélation que las filosofías bajo el dominio de los Antoninos eran unas filosofías envejecidas, pero lo que no entiendo es que utilizara al hermetismo como un ejemplo de esto (por supuesto, se entiende contando con que consideraba al hermetismo como una filosofía degenerada y llanamente helenística y una mística de salvación más). Desde luego, es fácil colocar a Platón y a Aristóteles en el centro de la Escuela de Atenas, y decir que todas las filosofías platónicas y peripatéticas son sólo un producto degenerado de la obra de sus maestros.

Todo esto venía a cuento porque ayer mismo estuve sondeando la red, en busca de páginas sobre magia salomónica y demás temas relacionados, a raíz de mi lectura del trabajo de Pablo A. Torijano, La Hygromanteia de Salomón (1999) (trabajo que se puede encontrar en la sección que Azogue dedica a artículos y otros documentos), y una cosa llevó a la otra. Además, estuve bastante rato entretenido con la sección que Adam McLean dedica a artículos de tono académico y esotérico, sección que lleva frecuentemente a otras páginas de individuos relacionados con la alquimia y el hermetismo. Páginas que se mueven entre lo interesante, lo curioso, lo inquietante y, por qué no, lo cómico, como una en la que su autor, un tal Jay Weidner, pone en relación la conocidísima obra de Tolkien con la simbología alquímica.

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