Estimados lectores:
Retomo este cuaderno de notas
digital para airear que Studia Hermetica
cuenta desde hace unos meses con su propia dimensión educativa, con su propia ἀκαδήμεια. Y no, no se trata de una academia
de estudios herméticos o esotéricos; como ya dejaba claro en mi particular
“campaña de mecenazgo”, esta clase de iniciativas quedan fuera de mis intereses
y propósitos. En relación a esto, recuerdo que el Dr. Carlos Gilly me dijo una
vez que toda labor histórica desvinculada de técnicas como la Paleografía, la
Epigrafía, la crítica textual, o el estudio de las lenguas clásicas, no es
capaz de producir más que florecillas.
Y estaba en lo cierto, qué duda cabe, pero yo añadiría a este recuento la
capacidad de abstracción filosófica y la erudición que le compete, es decir, aquella
facultad en virtud de la cual alguien es capaz de comprender correctamente un
concepto filosófico; y hablo tanto de su profundidad semántica como del
recorrido histórico que le es consustancial. Es más, desde mi punto de vista
las carencias de una u otra realidad traen consigo que el trabajo actual de los
humanistas se esté viendo progresivamente mermado en según qué círculos. En
otras palabras, durante estos años he tenido la oportunidad de leer trabajos malogrados,
desvinculados de una labor filológica o histórico-crítica que debió ser esencial,
y asimismo perfectas joyas de corrección filológica absolutamente vacías de
contenido semántico, debido a la falta de preparación filosófica de su autor. Y
no se puede escapar a esto alegando que uno está dedicado a una ciencia y el
otro, pues a otra. ¡No os evadáis del argumento, pillos! Ser humanista supone
una especial clase de locura que no puede ni debe escapar al sentido de esta
palabra: http://lema.rae.es/drae/?val=holismo
Ahondando en la misma idea, no puedo
ni quiero entender cuando algún colega especialista me dice que el contenido de
tal y cual trabajo es filosófico y no
historiográfico, basándose en el mero
hecho de que el primero analiza textos filosóficos, religiosos, místicos, o de “teoría
de la ciencia” del pasado, y los segundos se centran en una vasija hallada en
Cartagena. Esto, amigos míos, no evidencia más que un décalage intolerable entre formas de aproximación equivalentes, y
pone de manifiesto las carencias formativas del actual sistema universitario,
del sistema educativo en general. Y
en este caso no hablo de España solamente. ¿Cuántas veces he asistido a vacuos
ejercicios de autobombo académico, de esos en los que un especialista habla por
vigésimo quinta vez de las magníficas teorías de fulano y mengano y de sus
interesantísimas publicaciones, y de cómo los especialistas en tecno-macro-demo-eco pararreligionismo han
debatido tal o cual de entre sus propuesta con júbilo, y de cómo los para-por-según-sin-so metaesotéricos les
criticaban? Ad fontes, colegas, y de
paso volved a leer a ese genio irónico que fue Lem.
O mejor rebajo mi acidez: al menos a mí no me interesa determinado estudio
historiográfico que pretende recubrir con formas de pensamiento moderno
realidades históricas lejanas, alegando para ello que toda otra forma de
encarar el asunto es “empirista”, “anticuada”, “memorística” o “positivista”.
¿Estáis de broma?
Por otra parte, tengo que decir que
estoy algo decepcionado con el mundo académico actual; en no pocas ocasiones es
más importante conocer y hacer la pelota a la gente adecuada, que llevar a cabo
un buen trabajo de investigación. ¿En qué tribu me ubico yo? En la de mi casa y
mis gatos. ¿A quién conozco? A los búhos y sus travesuras. Lo demás me trae al
pairo: que cada uno pierda el tiempo con lo que le plazca, pero les aseguro que
lo único importante es el contenido, no el continente. No en vano tanto
Sócrates como Diógenes buscaban ἇνδρες
por Atenas, cada uno haciendo valer su propia linterna.
El trabajo intelectual conlleva
mucha pasión y años de sacrificio. A alguien le dije una vez que las
humanidades son una especie de monacato; una profesión poco valorada, mal
pagada, marginada y por ende repleta de incompetentes y vividores. Y son poco
valoradas debido al momento de gloria del que disfrutan actualmente los tecnócratas
y los técnicos, llámense ingenieros, arquitectos, economistas, médicos o
científicos; frente a los logros supuestamente tangibles de estos prohombres,
las personas que se dedican a la enseñanza, a la ética y la estética, al arte,
a la escritura, a la recuperación de la memoria, a la justicia y a la
preservación del saber (es decir, a cuidar de los pilares básicos de toda
sociedad civilizada), son vistos con ignorancia y desapego. Además, los
humanistas nos vemos abocados a desempeñar en no pocas ocasiones trabajos escasamente
especializados, absurdos y mal pagados. Y por si fuera poco, debido a esa
tendencia espeluznante de países como el nuestro: “los listos a ciencias, los
tontos a letras”, las aulas de las filologías, las filosofías, las historias,
los derechos y las literaturas, se están llenando de futuros estultos,
abúlicos, tiburoncillos, oligofrénicos y chupatintas. Y en fin, también de lo
que denominaré “tecno-empollones”, es decir, de esa caterva intolerable de
niñatos posmodernos competitivos e hipoglúcidos que acuden a las universidades
a sacar dieces, onces, doces y títulos,
antes que preocuparse en disfrutar de lo aprendido y de ser buenos profesionales
en lo suyo.
Exagero deliberadamente porque de
provocaciones vive el cambio… El trabajo intelectual aún se sigue viendo con
respeto, y estamos ante una oportunidad inmejorable para preservar y perseverar
en el estudio del pasado y la mejora del presente. Aprovechémosla.
Por este motivo, me ha parecido una
iniciativa interesante proponer una manera de estudiar las lenguas clásicas sobre
la base de los textos. Desvincular el estudio de la gramática y la lexicología
de aquella literatura que le es propia, es como estudiar letra a letra una
palabra ignorando su significado. Una tarea inútil que no conduce a ninguna
parte. Toda reflexión sobre la lengua debe implicar dos cosas: literatura y
filosofía. Sentido. Al menos estos
son mis principios y sobre los mismos he fundado mi particular y privada “academia”.
En cuanto a la metodología de
enseñanza, ya la adelantábamos: textos y gramática, nada del otro mundo. Mi
forma de enseñar pretende ser integradora, tratando de analizar tanto los
lexemas y los morfemas de las palabras, como el sentido y la ubicación
histórica de las mismas. Por lo tanto, a la hora de dar apoyo en lenguas
clásicas trato de hacer uso de algunas de las obras más representativas de cada
periodo, con la salvedad del griego koiné, por aquello de integrar mi propio
campo de investigación a la tarea.
Y a grandes rasgos, ¿de qué
literaturas y lenguas estamos hablando? Pues principalmente de la literatura
griega, la neogriega, la latina y la neolatina, es decir, de aquellas obras
áticas encuadradas entre los siglos V y IV a. C., y de los textos escritos en
koiné durante los extensos siglos de helenismo cultural; o bien de las obras
maestras de la literatura latina escritas entre finales de la República y el
nuevo esplendor alzado por la privilegiada y astuta mente de Caesar Augustus.
Asimismo me gusta conferir protagonismo a la literatura renacentista ejecutada
en littera antiqua. Yo adoro el
Renacimiento y de sus jugosas obras he extraído muchas y sugerentes
conclusiones.
Resumiendo, ¿sobre qué textos en
particular pienso basarme con el fin de dar la vara al desnortado pupilo?:
Literatura griega
Ἀπολογία
Σωκράτους, de Jenofonte.
Κύρου Ἀνάβασις, del mismo autor.
Y los textos integrados en la “Antología”
(los estudiantes de Segundo de Bachillerato saben de lo que hablo).
Literatura latina
De
bello gallico, de
Cayo Julio César.
Commentarii
de bello civili,
del mismo autor.
Oratio
in Catilina, de
Marco Tulio Cicerón.
Aeneis, de Publio Virgilio Marón.
Bellum
Iugurthinum, de
Gayo Salustio Crispo.
Con respecto a aquellas personas que
ya tengan nociones de latín y de griego y deseen saber más acerca de mis campos
de estudio, la cosa cambia. En cualquier caso valoraré las peticiones
individualmente e incrementaré mis honorarios en consecuencia.
Literatura neogriega (ἡ κοινὴ γλῶσσα)
Aquellas personas que ya dispongan
de nociones en lengua griega, podrán optar por aprender la “lengua común”
haciendo uso de sus textos más representativos, o bien de aquellos que lindan
con mi hermético campo de estudio. Principalmente estos dos que siguen:
Corpus
Hermeticum.
Literatura neolatina:
Stultitiae
Laus, de Erasmo de
Rotterdam.
Enchiridion
Militiis Christiani,
de Erasmo de Rotterdam.
De
linguae latinae elegantia,
de Lorenzo Valla.
El estudio de
las lenguas clásicas ha experimentado grandes avances en las últimas décadas, precisamente criticando sus postulados fundamentales de enseñanza; y yo hago mías esas críticas (con toda humildad, dado que no soy filólogo). Menciono aquí la labor de especialistas como Hans
Ørberg, Luigi Miragli, Alfonso
López Quintás, Carlos Martínez Aguirre o Cristophe
Rico, cuyos métodos de enseñanza y obras tratan de apartar el aprendizaje
de las lenguas clásicas y su trasfondo histórico-filosófico de tristes y
estériles letanías memorísticas, acercando la enorme riqueza cultural de
nuestros maiores a los jóvenes
estudiantes de modo natural. Concretamente recomiendo la lectura de “Come (non) si insegna il latino”, del Dr. Miragli, con quien estoy al cien por cien de
acuerdo; y en relación con la lengua griega, recomiendo la lectura
de la obra La extraña odisea.
Confesiones de un filólogo clásico. Qué quieren que les diga, me quito
el sombrero ante la valentía y la creatividad de estos grandes humanistas, que
contra viento y marea tratan de reflotar el estudio del mundo clásico. Porque,
amigos míos, una persona culta es una
persona dotada de cultura clásica,
los demás no son más que μορωσοφος.
En cuanto a mis proyectos
para este año, tengo que decir que estoy trabajando en un nuevo número
monográfico para SHJ (su publicación acontecerá en torno a finales del
presente año), en un artículo para Azogue y en fin, en alguna que otra sorpresa. Estad atentos.