sábado, 26 de diciembre de 2015

Newsletter IV, SHJ (2013-2015)

Con su permiso, prefiero despachar esta nueva newsletter de manera más informal.
¿Qué hay del futuro de este proyecto que es Studia Hermetica?… Hablemos primero de su presente y pasado. Hemos disfrutado en este periodo (2011-2015) de dos cursos de posgrado universitario, una muestra de libros, cinco números académicos y tres literarios, una performance artística, así como del apoyo de la editorial Herder y de nuestra inclusión en bases de datos académicas como Dialnet, Latindex, Universia y REDIB. Se han inaugurado nuevas secciones como eXcogito o nuestra particular “academia”, y nuevos colaboradores y seguidores se han sumado a nosotros. Y no cuento, por pura discreción y educación, aquellas iniciativas descartadas o malogradas.
Pensándolo fríamente, y a pesar de ser consciente de que más no se le puede pedir a un proyecto privado y autofinanciado, me siento insatisfecho. Studia Hermetica necesita más apoyo; y no me refiero estrictamente al plano económico, sino a un mayor compromiso de publicación —de calidad— por parte de los especialistas interesados en estas cuestiones, así como más lectores (rondamos las 700 visitas mensuales) y un mayor interés por parte de los círculos académicos hispanohablantes; y en particular los españoles, sumidos en el aislamiento y la mediocridad. No obstante, comparando nuestra suerte con la de aquellas cátedras dedicadas al estudio del hermetismo en el resto de países europeos, no podemos quejarnos, pero si le soy brutalmente sincero, no me siento demasiado cercano al resto de colegas adheridos a este campo académico que se supone es el “hermetismo”, así que me trae al pairo.
Supongo que depende de a quién se le pregunte, quiero decir, entiendo que en determinados círculos académicos dotados de niveles de financiación elevados, gran prestigio, y en los que un número de investigadores razonable publica con asiduidad trabajos de una calidad científica extraordinaria (y tengo en mente a un círculo académico muy restringido cuando digo esto), a iniciativas como Studia Hermetica se las mire un poco… desde lo alto, pero a todos ellos les dedico varias preguntas retóricas: ¿cree que hubiera sido capaz de lo antedicho con unos recursos tan escasos y un apoyo tan limitado?, ¿y además viviendo en un país donde a duras penas se valora la cultura escrita, académica y científica?
¿Saben con qué me quedo de este fructífero periodo? Con el privilegio de haber podido conocer a personas únicas y de haberme dedicado a lo que realmente me gusta sin tener que pelotear o inclinarme ante nadie. Los buenos recuerdos constituyen el mayor de los tesoros.
Sin más preámbulos, he aquí los proyectos de investigación actuales y futuros, junto con sus objetivos inmediatos:
En SHJ
-The Egyptian Hermes (ss. I-V d. C.): edición de textos herméticos y neoplatónicos; nueva edición crítica restringida* de los textos herméticos en castellano.
-The Occultist Database/ The secret history of Psychology (1800-1950): edición y análisis de textos ocultistas, teosóficos, espiritistas, metapsíquicos; asimismo, junguianos y psicoanalíticos. Nueva edición crítica bilingüe, ilustrada y restringida* de Zanoni, de Bulwer-Lytton.

Si está interesado en adquirir un ejemplar, por favor, póngase en contacto conmigo en el siguiente correo electrónico: adocentyn@outlook.com. Escribiré un post ad hoc, no obstante, aclarando los pormenores de esta nueva edición y dándole mayor difusión.
-Hermes Hispanicus (ss. XVI-XVII): análisis y edición de textos de inspiración hermética escritos en lengua castellana.
En eXcogito
-The Occultist Database (1800-1950) (artistic side): creación de galerías de pintores románticos, simbolistas y expresionistas.
-Pandemonium, noir sci-fi: publicación de obras literarias y ensayos on the Futures studies.
*Con “restringido” nos referimos a que no serán ni libres ni gratuitos.
Si es usted especialista en tales materias y desea participar en su desarrollo, no dude en contactar con nosotros.
Recuerde que Studia Hermetica Journal y Azogue Journal son proyectos científicos privados y autofinanciados, no un conjunto de materiales online amateurs, por lo que si tiene en mente pedirnos apoyo académico “serio” (es decir, más allá de cuestiones básicas o generales), tenga en cuenta que esperaremos de usted una contrapartida, ya sea en forma de donación de libros, en una donación monetaria o en el intercambio profesional.
Ahora sí, ¿qué deseo para el futuro de SHJ? En primer lugar, deseo que una institución privada o pública se haga cargo de su publicación (de hecho ya lo intenté en dos departamentos de Historia Antigua de sendas universidades), con un resultado… ambiguo. Obviamente no para desvincularme u olvidarme de mi propio proyecto, que tanto me ha costado sacar adelante, sino precisamente para consolidar su viabilidad a largo plazo, aunque ello me cueste quedar relegado a un segundo plano. En segundo lugar, deseo que se convierta en un lugar de acceso restringido online y on-site dedicado al estudio multidisciplinar del hermetismo y otras corrientes platónicas y “ocultistas”, sin perder su lado divulgativo; para ello necesitaríamos un sponsor más activo y dispuesto a publicar la revista en papel, lo mismo que organizar congresos, ponencias y sesiones de trabajo anuales. Y por último, que más investigadores jóvenes se sumaran a nosotros, encauzando sus doctorados o estudios hacia estas turbias aguas del conocimiento; y digo “jóvenes” porque he descubierto durante estos años que los académicos, llegados a una edad, pierden la ilusión, las ganas y la pasión por su objeto de estudio, dejándose morir en un letargo intelectual indefinido. Y por qué no decirlo, los jóvenes (españoles e hispanohablantes) aún están desprovistos de muchos de los defectos de las generaciones anteriores: carencias filológicas y lingüísticas de toda clase, tendencia a la endogamia académica y en fin, a cerrar la mente ante las novedades interesantes que este mundo nos ofrece. Aunque por otro lado, compruebo algo abochornado cómo esos jóvenes investigadores sufren de otros defectos igualmente alarmantes: “titulitis” (el peor, quizás), falta de iniciativa y capacidad de trabajo, y servilismo acrítico (aunque creo que esto último comienza a cambiar).

Por lo demás, se han alterado ligeramente las normas de publicación, ampliando la extensión de los artículos y los ensayos a cincuenta páginas y las reseñas a diez. La razón es sencilla: en SHJ deseamos dar cabida a estudios cuyo aparato crítico necesite integrar un mayor número de referencias bibliográficas y un análisis mucho más generoso; asimismo, nos interesa ir encauzando nuestra línea editorial hacia la edición crítica (o a traducciones libres y anotadas, sencillamente) de los textos, un recurso esencial en nuestra disciplina académica. En lo que respecta a la reseña crítica, esperamos que ésta gane protagonismo en el futuro, revalorizando el venerable arte del comentario de texto sobre la brevedad y el reduccionismo a los que estamos habituados; esto es así porque en no pocas ocasiones vale más realizar un adecuado ejercicio de reflexión sobre lo ya publicado, que "expulsar" al mundo nueva literatura que poco o nada añade al entendimiento del hermetismo y las corrientes asociados a éste.  En pocas palabras, deseamos centrarnos cada vez más en los textos, compaginando un análisis filológico, historiográfico y filosófico de los mismos. En esto del hermetismo y el "esoterismo" comprobamos cómo se suelen citar las fuentes con excesiva ligereza, pasando por alto que una inmensa mayoría de éstas aún están por editar, clasificar y estudiar correctamente. 

Y finalmente, se ha alterado el aspecto estético de la revista. No es lo esencial, ni mucho menos, pero siempre nos hemos preocupado de cuidarlo. Elegancia, profesionalidad y sobriedad son los elementos que deseamos imprimir a lo que hacemos. 

En fin, que seguimos adelante, que no es poco, cerrando un año particularmente bueno, quizás el más productivo desde 2012.

Muchas gracias por seguir ahí.

Símbolos de transformación

“Todo lo que Dios ha querido crear es [demasiado] estrecho. Ella, el [alma] dice: “Lo he buscado durante toda la noche. No hay noche que no tenga luz, pero está oculta”. El sol brilla [también] en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta las demás luces”. M. Eckhart, El Fruto de la nada.

Terminemos bien el año, y qué mejor manera que con nuevas publicaciones en SHJ-eXcogito, una estética renovada en la revista y nuevas promesas de cara al futuro.

Jung, ese prohombre tan idolatrado y recurrido como odiado. En efecto, se puede encontrar tanta literatura a favor como en contra de Carl Gustav Jung (1875-1961), una eminencia de claroscuros que define ese tránsito de la fin de siècle del que tanto hemos hablado en Studia Hermetica y Azogue. Pero me reservaré mi juicio sobre el particular, porque ahora el que debe tomar la palabra es mi amigo David. David y yo nos conocemos desde hace años, y desde la distancia hemos aprendido mucho el uno del otro. Laudanus (su pseudónimo en la parte creativa de la revista, eXcogito) es portador de un alma profunda y extraña, inclinada al estudio de movimientos y personajes díscolos, heteróclitos, solitarios, melancólicos y apasionados. Un génie créatif consagrado a aquellos alucinados inscritos en el Romantisme noir y el Symbolisme, y autor de diversos blogs literarios, artísticos y fantásticos. En sus textos descubro un espacio laberíntico e interior ajeno al mundanal ruido. Retrato de un joven artista recluido en un hipogeo silencioso, que vive y crea desconociéndose, como impelido por un lejano susurro demoníaco o una pulsión en la que a duras penas cree. Ángel de alas negras que olvidó emprender vuelo y alquimista pseudoepigráfico en prácticas. Y no es el único; registro almas parecidas desde finales del siglo XIX: Léon Spilliaert, Alfred Kubin, Albert Poisson, Alice de Chambrier o Clark Ashton Smith, son algunos ejemplos.
Y es que una de mis actividades favoritas, estimado lector, es la de estar atento, vigilante, alerta. Mientras la mayoría de las personas que me rodean viven en perpetuo solipsismo y onanismo, yo trato de encontrar alma y fuego (una y la misma cosa) en cualquier rincón. Así es como se realizan los verdaderos descubrimientos: huyendo de preconceptos, preconvicciones y prejuicios; y así es como he hallado esas almas jugosas, en vida o muerte de sus portadores. La envidia, la competencia, el empujón, la búsqueda bastarda del protagonismo y el desprecio al talento ajeno, son algunos de los síntomas evidentes de la estupidez y la maldad humanas, por otro lado “virtudes” que compruebo especialmente en mi aún joven generación, hecho que me provoca vergüenza ajena y tristeza. Porque sepa una cosa, amigo lector: no ha habido ni habrá genio alguno incapaz de reconocer el talento en otros, y de buscar su cercanía.
Ese proyecto de investigación que denominé en 2013 “The Occultist Database”, y del que ahora se desprende un prometedor retoño: “The secret history of Psychology”, parece ir por buen camino. La idea de profundizar en las raíces históricas de la psicología me viene precisamente del artículo “Pneumaturgia: una mirada a lo oculto”, en el que constaté el evidente potencial que tenía semejante línea de investigación. Poco después conocería el trabajo del Dr. Andreas Sommer (Universidad de Cambridge), cuyo proyecto académico Forbidden Histories es uno de los pocos que se ocupa seriamente de estas cuestiones, y del que espero una fructífera colaboración durante el inminente 2016. E inscrito en el mencionado campo de investigación —del que yo apenas me atrevo a decir palabra—, se encuentra mi amigo David. Asimismo, me ha parecido más adecuado encauzar sus dos publicaciones (el artículo “Jung, del Psicoanálisis a la Psicología Analítica” y la reseña crítica sobre la obra On the nightmare), a través de eXcogito, debido a que se trata de trabajos que se ubican en la línea editorial de SHJ sólo de manera tangencial, y además su tono, así como su aparato crítico y contenido se alejan de ese orbe académico en el que nos inscribimos los historiadores del pensamiento; el resultado es, creemos, aceptable, y mucho más teniendo en cuenta que se trata de las primeras publicaciones académicas de su joven autor. Además, me ha parecido interesante incluir la visión que de C. G. Jung y E. Jones tienen los propios psicólogos, y naturalmente tengo en mente ese nutrido y culto público hispanohablante interesado en estos temas, que espero halle en el nuevo número de eXcogito un recurso útil e interesante.
Podríamos resumir las tesis expuestas en el artículo de David de los Santos “Jung, del Psicoanálisis a la Psicología Analítica” de la siguiente manera:
1. Las desavenencias entre los fundadores del psicoanálisis, Jung y Freud, tuvieron un verdadero carácter axial para el desarrollo de la “Psicología de los complejos” o Psicología Analítica.
2. La Psicología Analítica representó una reformulación heurística del concepto freudiano de libido, expandiendo y profundizando su significado y alcance, lo mismo que las posibilidades teóricas del inconsciente (das Unbewusste) y la interpretación de los sueños, en las que ambos discrepaban.
3. Jung sentiría especial predilección por el comportamiento de la psique durante los denominados fenómenos “ocultos” (espiritismo y clarividencia, principalmente), que desde su punto de vista constituían un valioso testimonio para comprender los complejos y “misteriosos” mecanismos del inconsciente.
4. La interpretación junguiana de determinadas filosofías místicas, tanto occidentales como orientales, y las fases de transmutación alquímica, buscaban comprender y describir la dinámica del inconsciente (procesos de individuación, sueños, arquetipos), valiéndose de la iconografía y el simbolismo contenido en éstos.
Este artículo y esta reseña de David de los Santos pretenden constituirse en el punto de partida de una línea de investigación que indague en las raíces más brumosas y desconocidas de la psicología. Luego veremos qué jugosos retoños nos depara el futuro…
No cabe duda de que la psicología analítica aún fascina a mucha gente, tanto dentro como fuera de nuestro hispanohablante ámbito, atraída por el perfume oscuro y embriagador que desprende su intrincada y seductora simbología. En el espectro contrario, nos topamos con una reducida esfera de especialistas de altísimo nivel académico (R. Halleux, J. Rodríguez, W. Newman, B. Obrist, M. Mertens), que desde la historiografía critican ferozmente la interpretatio junguiana de los textos alquímicos, denunciando sus incoherencias; crítica que podríamos sintetizar del siguiente modo:
1. Jung y sus seguidores aplican un sistema interpretativo de los textos alquímicos basado en la libre asociación de ideas y la interpretación subjetiva, donde el razonamiento analógico y la intuición sustituyen al razonamiento lógico y el método científico más elementales.
2. Es una interpretación descontextualizada, que no tiene en cuenta datos, lugares y entornos (cfr. M. Mertens, "Les Alchimistes Grecs. Tome IV. Zosime de Panopolis", Les Belles Lettres, 1995, p. 210). Esto supone privar de sentido a obras redactadas en circunstancias enormemente dispares, que no pueden ser comprendidas a través de traducciones libres y carentes de aparato crítico (como son las de Berthelot y Ruélle).
3. La psicología analítica, tal y como fue planteada por C. G. Jung, es una mera pseudociencia, i. e.: Una teoría seudocientífica asegura ser científica pero, o la teoría en realidad no es falsable o sus partidarios se niegan a aceptar que la teoría pueda ser refutada. Es lo que sucede en el caso que nos ocupa, donde Jung intenta solventar las carencias de su método equiparando sus propias ideas con "la certeza", tratando así de negar validez a cualquier intento de contradecir o cuestionar sus tesis.” (extraído de Rodríguez Guerrero, “Examen de una amalgama problemática”, nota 35).
Eso sin mencionar las críticas feroces que las corrientes ocultistas y el tradicionalismo le brindarían a nuestro psicólogo suizo (cfr. Rodríguez Guerrero, op. cit., nota 16, quien define significativamente como “feas pataletas” a tales soflamas). Pero centrémonos, si no le importa, en la práctica misma de la teoría junguiana en la actualidad, partiendo de un texto del Dr. Javier Castillo Colomer (Introducción a la interpretación de los sueños, Ed. Manuscritos, 2014). El subrayado es nuestro:
Un paciente de 40 años me relató el siguiente sueño: 
Estoy en un lugar público, no sé si son unos baños colectivos o unas instalaciones con duchas cerca de un lugar de ocio. Me descubro mirándome al espejo y veo mi pecho abultado, como si fuera el de una mujer. Intento esconderme, pues hay otras personas adecentándose y tengo miedo que piensen que soy un travesti. 
Las asociaciones del soñante eran nulas y ante mis preguntas de que me describiera qué era un travesti, las palabras utilizadas eran mezcla, confusión y problemas de identidad. Me hablaba de la sensación de rechazo que le causaba esta figura y lo lejos que podía estar de desear a un sujeto así. Por otra parte, el pecho como parte de la mujer le producía una sensación muy agradable y estimulaba de forma considerable su erotismo.
Este sujeto, acercándose a la mitad de su vida, se veía necesitado de integrar su parte femenina. Aunque lo estaba haciendo de forma un tanto precipitada y un tanto torpe –figura del travesti y lugar público– su inconsciente estaba constelando la necesidad de integrar aspectos que en la psique del soñante eran totalmente opuestos. 
En la vida de este hombre no había habido tiempo para la receptividad, cultivo del mundo relacional, expresión de la tristeza y cualquier estado emocional que se identificara con debilidad. Por el contrario, su existencia había sido la de un héroe que partiendo de la nada había desarrollado un importante imperio financiero, siempre luchando y expresando la capacidad y fuerza. Y aunque sentía poseer una sensibilidad profunda, muy a menudo se sentía avergonzado por ella. En este sujeto había predominado el ideal masculino de perfección. En la transición de su vida que implicaba  la madurez se había constelado el ideal femenino de totalidad. 
En el Rosarium Philosophorum, manuscrito  anónimo fechado en 1550 –que contiene veinte imágenes, una de ellas la del hermafrodita–, vemos el compromiso del pensamiento alquímico con la integración de lo opuesto y paradójico. Son láminas que indican el proceso simbólico hacia la unión sagrada, el hieros gamos, cuyo fruto es la lapis philosophorum.   
Jung consideró el simbolismo de la alquimia como el elemento nuclear que le llevó a configurar su concepción de la individuación. Prueba de ello son algunos de los textos fundamentales de su obra: Comentario al libro El secreto de la Flor de Oro, Psicología y alquimia, Psicología de la transferencia y Mysterium coniunctionis. 
El pensamiento junguiano ha ido ampliado los estudios de la relación del simbolismo de lo inconsciente con la imaginería alquímica (von Franz, 1980) confirmando lo que el padre de la psicología analítica había observado en este arte iniciático: la alquimia como el sueño de cristianismo. Por ello concentra todo lo que fue negado por esta religión (como ocurre con las otras de raíz hebraica, como la judaica y la musulmana) y lo proyecta sobre temas relacionados con la materia, lo femenino, las bodas místicas, el mal. 
Podemos ver en análisis junguiano una forma de extraer el espíritu mercurial de la materia –El Mercurio alquímico es un compañero divino que revela al adepto los secretos de la naturaleza, idéntico al dios Hermes y al Hermes-Thot de los gnósticos–, una forma de dotar de sentido a diferentes elementos que configuran la existencia y que requieren de un trabajo alquímico para su espiritualización. Lo que, con otras palabras, podríamos describir como salvar el núcleo de la experiencia –las imágenes que produce el Sí mismo– de todo lo pueril que se liga a los deseos primitivos y todo lo que les circunda. Es lo que pretendía el alquimista, de forma proyectada, cuando hablaba de extraer al hombre divino de la materia corruptible”.
La cita es larga pero merece la pena. En este punto los historiadores que han adoptado el método histórico-crítico por bandera se echan las manos a la cabeza, los scholars que integran las perspectivas interpretativa y normativa se mesan las barbas mientras repiten “fascinante…”, y los creyentes esotéricos se frotan las manos, sonrientes. Lo que parece evidente es que los estertores de la hermenéutica junguiana de los sueños y sus brumas mitológicas han llegado a “desprofesionalizar” hasta el límite este supuesto campo de conocimiento (Jung and the making of Modern Psychology, Cambridge University Press, 2003, pp. 159 y ss.), retornando irónicamente a la interpretación romántica, artística y filosófica que el siglo XIX dedicó al mundo onírico (Scherner, Maury, Saint-Denys, Macario, Delboeuf, Volkelt, Nietzsche).
¿Es esta forma de “curar” una simple fantasmagoría terapéutica? Es de sobra conocido en nuestro mundo académico el artículo de Pedro Laín Entralgo, “La curación por la palabra en la Antigüedad Clásica” (Revista de Occidente, 1958), donde el viejo maestro describía los medios de tratamiento y curación de la civilización grecorromana: κάθαρσις (catarsis) es un término que describe el modo de actuación de una buena parte de los psicoterapeutas actuales ligados a las teorías de Jung, lo mismo que las prácticas asociadas a otra pseudociencia, la homeopatía, y otras “técnicas” orientalizantes. Hay que decirlo: no parece que la ciencia médica —la metodología científica— tenga nada que ver con esto, sino que más bien estamos ante una pantalla de palabras construida para provocar un efecto placebo en el paciente. Si se me argumentara que las teorías junguianas son útiles desde un punto de vista teórico, y que no se pretende tanto “curar” como “comprender”, contestaría que existen otros instrumentos más eficaces para ello, en primer lugar la filosofía y la ciencia; en segundo lugar, la historiografía: ni el Rosarium Philosophorum, ni los gnósticos o los Hermetica tardoantiguos se referían a realidades inconscientes de ninguna clase en sus líneas e ilustraciones, cosa que deduciríamos con una preparación suficiente en Historia de la Alquimia y la Filosofía (p. ej. cuando el Rosarium, integrado en el corpus del [pseudo] Arnau de Vilanova, nos habla de transmutación, lo hace en el contexto de un discusión filosófica “imaginaria” entre Aristóteles y su corpus pseudoepigráfico y los alquimistas: “La obra de los Filósofos es disolver la piedra en su Mercurio para que sea reducida a la materia primera”; o más adelante: “por eso dice Aristóteles que los alquimistas no pueden realmente transmutar los cuerpos de los metales sin reducirlos antes a su materia primera. Entonces son perfectamente reducidos a una forma distinta de la que tenían”, Rosarium Philosophorum, t. I, libro 1, cap. IX, Bibliotheca Chemica Curiosa, 1702, citado —y traducido— por Rodríguez Guerrero y Castro Soler en “La Epistola super quinta essentia de Luis de Centelles”, pp. 74 y ss., notas 11 y 12, Azogue, 5, 2002-2007). En cuanto a la figura del “hermafrodita”, se trata de una alegoría que alude directamente a la Tabula smaragdina, al carácter bisexual del mercurio, la idea estoico-hermética de una materia viva y autorreproductiva (Asc. 21), y la utilización alquímica de los reinos mineral y animal (cfr. Les débuts de l'imagerie alchimique (XIVe-XVe siècles), Editions Le Sycomore, 1982, pp. 152 y ss.; asimismo, Rodríguez Guerrero, blog de notas Opus Magnum, entrada de 28 de junio de 2008. URL: http://www.revistaazogue.com/blogjunio2008.htm).

No me extiendo porque soy consciente de que en realidad cualquier argumento “racional” podría ser esquivado sobre la base de una dialéctica… simbolista. Es decir, un psicoterapeuta junguiano siempre podría decirnos que, en realidad, estos alquimistas reflejaban procesos de individuación inconscientes y universales; pero desengañémonos: la forma de argumentar de estos especialistas pretende ser también historiográfica, elevando su particular hermenéutica a la categoría de ciencia, lo que es llanamente falaz e incorrecto.
Aunque no todo son críticas e improperios; algunos trabajos apuntan a la posibilidad de que la neurociencia moderna confirme los postulados fundamentales de Jung: cfr. Caifang Zhu, “Jung on the Nature and Interpretation of Dreams: A Developmental Delineation with Cognitive Neuroscientific Responses”, Behav. Sci. 2013, 3, pp. 662-675. URL: http://www.mdpi.com/journal/behavsci; Margaret Wilkinson, “Jung and neuroscience”, en Who owns Jung?, Karnac Books, 2007, pp. 339 y ss. y “Undoing dissociation. Affective neuroscience: a contemporary Jungian clinical perspective”, por citar solo algunos de sus múltiples trabajos sobre la materia; cfr. también los recursos digitales del C. G. Jung Center of Boulder, URL:http://www.jungboulder.org/; conferencias: Ashok Bedi, “Basic tenets of Jung’s Analytical Psychology: A clinical & neuroscience perspective”, C. G. Jung Institute of Chicago, 2015; Robert J. Hoss, “Recent Neurological Studies Supportive of Jung’s Theories on Dreaming”, IASD 29th International Conference, 2012; y sesiones de trabajo: Tina Stromsted, “Embodied Alchemy: Authentic Movement, Neuroscience, & the Somatic Unconscious”, forthcoming, 2016; Arthur Niesser, "Neuroscience and Jung's Model of the Psyche: A Close Fit", (Barcelona, 2004), en Edges of Experience: Memory and Emergence: Proceedings of the 16th, International Congress for Analytical Psychology, 2006, pp. 1166 y ss. Este último especialista comienza su conferencia con una afirmación significativa de J. A. Hobson:
“Jungians [have] made it quite clear that they are not simply uninterested in brain science, but consider it to be so hopelessly inadequate to their quest for holistic union, transcendental spirituality, precognition, and extrasensory perception as to be an obstacle to progress” (Consciousness).
Continúa el Dr. Niesser su exposición alegando que muchos de los “analistas junguianos” no suelen ser especialistas en neurociencia —y de ahí sus lagunas argumentales, y que esta ciencia pudiera estar encaminando sus pasos hacia una comprobación de facto de conceptos junguianos como el inconsciente colectivo, los arquetipos, la individuación, etcétera, recurriendo a los trabajos de Gazzaniga, LeDoux, Damasio, Panksepp o Ramachandran.

En general, los mencionados investigadores inciden en la relación entre las zonas cerebrales activas durante la fase REM, la simbolización como proceso inconsciente de un hecho real y “racional”, y la denominada “compensación” como explicación misma del sueño, conceptos derivados de la obra del psicólogo y psicoterapeuta suizo. A pesar de todo, las relaciones entre la psicoterapia y la neurociencia distan de ser pacíficas y unánimes, y además se haría ineludible un riguroso escrutinio del nivel académico de cada uno los especialistas junguianos, debido a la ya mencionada “desprofesionalización”.

A modo de conclusión, podríamos afirmar que:
1. Las teorías de Jung fracasan estrepitosamente a la hora de interpretar textos religiosos, alquímicos y filosóficos. Es decir, no es un método hermenéutico, científico o historiográfico válido, sino una pseudociencia.
2. Las obras de Jung son el producto de un contexto intelectual determinado: el esfuerzo científico y filosófico desplegado durante las primeras décadas del s. XX por entender y profundizar en la psique humana.
3. Conceptos teóricos junguianos tales como arquetipo, individuación, compensación, simbolización o inconsciente colectivo, aún son materia de debate, tanto en el mundo académico como en el popular.
4. La psicología analítica resultó ser de gran inspiración para movimientos artísticos de vanguardia, como el Surrealismo, al desvelar una dimensión otrora desconocida de la mente.

El deconstructivismo posmoderno de un método que no es método y una teoría que no pretende serlo, esquiva los estándares del método científico mismo. Es sencillamente imposible hacer ciencia de aquello que es útil y significativo para una persona y que no lo es para otra. De todos modos dudo mucho de que Jung tuviera en mente un sistema de referencia exacto cuando hablaba de alquimia o de cualquier otra cosa, y es precisamente este vagar a ciegas lo que caracteriza y define los primeros pasos de la “ciencia” psicológica, y lo que ha precipitado su posterior diáspora. Y lo que la hace tan seductora y apasionante desde un punto de vista historiográfico, todo hay que decirlo. Personalmente sólo estoy de acuerdo con Jung en esta su afirmación: “There is nothing I am quite sure about. I have no definite convictions—not about anything, really” (Memories, Dreams and Reflections, 7, p. 358).

Meditaciones


ἀπογυμνοῦν αὐτὰ καὶ τὴν εὐτέλειαν αὐτῶν καθορᾶν

καὶ τὴν ἱστορίαν ἐφ̓ ᾗ σεμνύνεται περιαιρεῖν.
No me gusta hablar de mí en exceso, y mucho menos para elevarme moralmente sobre los demás. Y entenderá enseguida, estimado lector, por qué lo digo. Es cierto que la cultura cincela el alma, pero la hace opaca, compleja, a veces biliosa y amarga; no necesariamente la hace “mejor” o más bella, pero sí más interesante y profunda. No sabría decir qué vidas considero más plenas, si aquéllas que transcurren ignorantes de sí mismas y en perpetua acción, o por el contrario esas otras que detienen su paso y observan en derredor, tratando de comprender. Depende de los casos. La erudición y la creación rara vez van de la mano… pero ni siquiera me refiero a eso: ¿la naturaleza basta?, ¿es suficiente con una existencia ajena al pensamiento abstracto o al perfeccionamiento intelectual y anímico? Con probabilidad esas preguntas carecen de sentido, porque los humanos no hacemos más que desarrollar lo que llevamos dentro, urgidos por necesidades inconscientes y arrebatos pueriles que nos definen hasta el tuétano. Como bien decía mi adorado Rust Cohle: “Each stilled body so certain they were more than the sum of their urges, all the useless spinning, tired mind, collision of desire and ignorance”. A medida que me hago mayor, voy dándome cuenta de dos hechos melancólicos: que nuestra existencia parece transcurrir en un carril preestablecido y que el tiempo se nos viene encima, violento e implacable. ¿No siente usted lo mismo?
Decía que no hallará en mí un sujeto moral imitable, ni lo pretendo. Es más, la misma idea me pone incómodo. Me cabrea. No busque en mí a una vedette de red social que juzga y sentencia sobre la base de principios políticos, éticos y estéticos: no hago proselitismo animalista o libertario de ninguna clase, ni pongo a parir o ensalzo a golpe de clic. Quien desee saber lo que opino sobre la vida, el amor y el dinero, que me invite a unas cervezas y mientras me patina el acento debido al líquido elemento, entenderá por qué servidor no es quién para juzgar. 
A menudo hallo defensores de la libertad con alma de dictador, y personajes broncos con alma de poeta. Y he visto algunos falsos rebeldes que venderían a su madre por convertirse en inquisidores y verdugos. No, amigos míos, a mí ya no me engañan esas almas torcidas. Prefiero mil veces a los héroes duros, fieros y sin embargo tiernos y filosóficos de las novelas hard-boiled y el cine negro clásico, antes que a esos buenistas de biblia y revólver de la Posmodernidad. Al menos aquéllos eran más humanos y honestos, luchadores natos en un mundo repleto de malvados y ególatras. Antihéroes defectuosos; seres humanos vivos.
Sé muy bien lo que hace falta para triunfar socialmente: es cuestión de actitud, amigos y peloteo. Lo he visto en mi experiencia laboral y en mi vida diaria. He grabado a sus protagonistas a cámara lenta, cual periodista maquiavélico infiltrado en una casa de putas, y he rebobinado la cinta innumerables veces, con el propósito de aprender qués y porqués. Y en todas las ocasiones me he observado —experiencia extracorpórea donde las haya—, frente a largometrajes de terror y grotescas comedias de situación. Por eso me he puesto un traje de tejido aislante y he pospuesto indefinidamente mi progreso mundano. Me dan repelús los andrajos humanos, pero entre usted y yo, me fascina el halo escatológico que desprenden.
A muchas personas les resulta fácil describirse: “soy de derechas/izquierdas; soy ateo; soy cristiano; soy del Atlético de Madrid; soy feminista; soy, soy, soy.” Pues bien, cuando pienso en mí sólo puedo argumentarme desde la energía que desprendo y mi vocación: escribir, pintar, pensar, soñar, sentir, crear. No soy capaz de “creer” en el sentido lato del palabro. He visto y pensado demasiado: “no tengo ideología porque tengo biblioteca”. La autodefinición es autodefensa; supone elegir la tribu a la que quieres pertenecer y a quién rindes pleitesía, y por eso prefiero los movimientos de resistencia a los ejércitos, los anarcas a los anarquistas y los artistas solitarios a los militantes. No, de nuevo no me dejo engañar: sólo me interesa lo que usted sabe hacer y lo que de hecho hace, no sus pensamientos a medio construir, vertidos en gratuitos arranques de bilis. Tampoco me hieren las “ideas” de nadie, porque a menudo —tanto las buenas como las a priori “detestables”— son el perfecto producto de nuestras inclinaciones naturales y defectos, y no de lógos pensante alguno. Y por eso me resisto a fascinar y que me fascinen de esa manera.
Piensen por un momento en la “política” (por poner un ejemplo que a todo el mundo excita y del que todo el mundo parece extraer una conclusión), y desvincúlense por unos instantes de su lado primitivo, animal y “sentimental”: ¿qué importan sus discursos, sus bellas o feas palabras o sus caretos?, ¿qué más da lo que digan o cómo lo digan? Lo único que cuenta es que ese funcionario público cumpla con su trabajo con rapidez, eficacia y diligencia, mejorando su economía, la economía de todos. Y sin embargo, como predadores de sabana que somos, nos fijamos antes en la estética que en la ética, ignorando el contenido. 
Siempre he pensado que buena parte de la maldad humana proviene del mutis colectivo con el que nos protegemos los unos a los otros; en otras palabras, con frecuencia lo malévolo que hay en nosotros deviene del silencio consciente o inconsciente con el que encubrimos los pecados propios y los ajenos (piensen por un momento en la corrupción, la guerra, el terrorismo o el incesto… o sin ir más lejos en los lameculos y los trepadores de su ámbito laboral asalariado). He tenido la oportunidad, en fin, de conocer a muchísimos ejemplares de una catadura moral e intelectual paupérrima, que juntándose con otros cabestros, justificaban sus estupideces y su bajuna condición, aludiendo directamente a “sus amigos”. Dicho en román paladino: “soy gilipollas pero tengo muchos colegas que me defienden y se parecen a mí”. Tengo cientos, miles de ejemplos en mente que acuchillan mi magín día y noche, debido a las especiales características de mi memoria, que actúa como un panel digital y un pozo sin fondo, privándome del reposo del que gozan los idiotas.
Algo anda mal. No en este siglo (es más, probablemente el actual siglo XXI sea uno de los mejores y más interesantes periodos de andadura humana sobre la Tierra, al menos en Occidente), no en nuestro país o nuestro entorno. En nosotros. Somos los trocitos de una especie revoltosa, degenerada y perturbada; seres lastrados por una dimensión colectiva que nos aboca a cometer atrocidades y estupideces, cuya única salida, entrada y “progreso” en este mundo se canalizan paradójicamente a través de la soledad y la individualidad: el arte, la generosidad, la libertad y la creación son buenos ejemplos.
Amigo mío, cobíjese en su soledad y convierta su cuerpo y su alma en obras de arte. Lo demás no es sino un añadido engañoso.

viernes, 26 de junio de 2015

El mundo de ayer

Me mira Stefan Zweig; en su mirada serena, inocente y sin embargo mil veces sabia y buena, noto algo que me hace llorar, que me quema de rabia lo mismo que de sosiego. Es el conocimiento profundo y doloroso de la tragedia, reservado a muy pocos de entre nosotros. Pero debo desengañarme: si su alma cándida y floreciente, marchitada por las brutales circunstancias que le tocó vivir, es capaz de cruzarse con la mía y devolverle una mirada escrutadora, se debe a que me acaricia tiernamente en aquello que ya no soy. Lo admiro y siento como un familiar cercano que un día conocí y amé, y cuyo recuerdo yace abandonado en la trastienda de mi niñez.
Este proyecto artístico y académico que dirijo se nutre de personalidades como la suya, nacidas al socaire de la evolución y el progreso decimonónicos y embarrancadas en el lodo de las más abyectas de entre las distopías: las Guerras Mundiales. Siendo como él un europeísta convencido, amante de la milenaria tradición humanística heredada de la Antigüedad Clásica, no consigo —como él–, zafarme del agujero que ha dejado en nuestras naturalezas jóvenes, la realidad negra de la violencia y la destrucción con que las sucesivas conflagraciones han torturado al Viejo Continente. Y no me detengo en la masacre perpetrada durante los años cuarenta en este repaso mental; porque del resto de millones de cadáveres no supo jamás mi buen amigo austriaco, afortunadamente.
¿Cómo alguien como yo, nacido casi exactamente un siglo después de este genio literario, es capaz de comprender el dolor medular de su biografía? No hay respuesta sencilla a esta pregunta, así que contestaré con una evasiva ingeniosa, la memoria artificial que supone la técnica:

“La peor maldición que nos ha acarreado la técnica es la de impedirnos huir, ni que sea por un momento, de la actualidad. Las generaciones anteriores, en momentos de calamidad, podían refugiarse en la soledad y el aislamiento; a nosotros en cambio, nos ha sido reservada la obligación de saber y compartir en el mismo instante lo malo que ocurre en cualquier lugar del globo” (p. 502).

Como ya dejara claro en otra ocasión, la labor del historiador es desplegar ante sí el lienzo de la memoria humana, con el propósito de conocer e incluso sentir los pensamientos y sentimientos de los hombres que le precedieron. La razón de ello no es tanto la preservación y el recuento archivístico de datos y documentaciones dispersos, como el entendimiento preciso del presente y de nuestra realidad humana, dicho esto desde una óptica atemporal y antropológica. Pero desengañémonos nuevamente, los acontecimientos ocurridos en el siglo XX aún no son “históricos” por derecho propio: nos siguen definiendo, deprimiendo, asolando, excitando, acalorando e hiriendo; y por este motivo aún recaen sobre nuestras conciencias determinados accesos de locura colectiva que debieron haberse evitado.
En la obra que presta su título a esta entrada, Zweig relata con esa elegancia, claridad y lucidez que le caracterizan, su vida intelectual, y en particular aquellos acontecimientos que acabarían por precipitar su caída, la caída de Europa. Y a pesar de ello, su prosa es tranquila y soñadora, se diría que nostálgica; en ella no atisbamos la apabullante energía autodestructiva que caracteriza a algunos de sus personajes literarios, y por este motivo, su corolario artístico despierta en mí, como ya dije, sentimientos contradictorios: por un lado amo la belleza, el ánimo y el perfume reconciliador que sus párrafos desprenden, y por otro su ingenuidad consciente me inspira una rabia incontenida que amenaza con desbordarme; una cólera injustificada que me susurra demoníaca que la mejor de las soluciones para el sabio es la de someter a sus semejantes, evitando así que los malvados y los ignorantes ocupen el lugar de los respetables y los justos. Embriagado y entrampado por un ataque de amok, quiero denunciar y hervir a fuego lento la fría estadística exhibida sin pudor por los geógrafos humanos.
Cada ser humano muerto representa una esperanza frustrada, un futuro genio truncado, una descendencia cercenada, un experimentar roto y un sentimiento no nacido. Multiplique por millones y en su cabeza arderá el peso de esa histeria colectiva que supone la matanza orquestada por los Estados y los grupos terroristas desde 1914. Desengañémonos juntos una vez más: no hay controversias “ideológicas” ni por ende “ideologías”, y los que las sostienen me resultan antes ideotas que hombres y mujeres dotados de convicción. Porque aceptémoslo, el trabajo intelectual y el razonamiento abstracto escapan al entendimiento y las posibilidades de las masas; asimismo, sólo veo justificada la lucha armada como defensa, por otra parte un principio que impregna el Derecho Internacional Público, y de cuya carencia se lamentaba el propio Zweig (p. 503). Tolstói, Gorki, Dostoievski, Rilke, Nietzsche, Unamuno o Rolland, así como una pléyade de filósofos y humanistas también citados por el genio de Viena, nos alertaron contra el peligro de ese “cruel y voraz espantajo” (p. 171) que era el Estado, pero una buena parte de nuestros antepasados prefirió confiar su destino a las pulsiones abyectas que brotaban de su siniestra irrealidad, arrastrándonos a todos al infierno.
De su triste final, que no trágico, supe antes de leer esta su postrera obra, y enseguida realicé un juicio de valor injusto. Esto es así porque siempre he considerado que suicidarse por no “transigir una idea”, a la manera de ciertos antihéroes dostoievskianos, es estúpido y ridículo. Pero al profundizar en la biografía de Zweig, uno se da cuenta de que determinados acontecimientos horribles sobrepasan nuestra capacidad para soportar el sufrimiento, la humillación y la pena, y acabamos por perder la ilusión de vivir. Aislado y exilado en el Nuevo Mundo, el genio y su esposa no pudieron contemplar por más tiempo un mundo donde la barbarie, personificada en el nazismo, ganaba terreno a las naciones civilizadas. De nuevo se repetía el horror; imposible encajar por más tiempo la degeneración y el catastrófico final del idilio conocido durante la juventud.
En sus páginas hay claves y similitudes con este nuestro comienzo de siglo que encuentro particularmente reveladoras. El camino que las generaciones sobrevivientes a la posguerra tomaron para sortear una situación injusta y caótica, fue el desarrollo de las vanguardias artísticas y un ansia por vivir y experimentar que rozaba la manía y el furor platónicos. Y también un desprecio manifiesto y un mudo reproche al mundo legado por sus padres —sus beligerantes, ingenuos e inconscientes padres—, que hizo de ellos unos parias desempleados con ansias de estilo, fiesta y liberación sexual. Huelga decir que las mismas pautas culturales se han ido repitiendo a lo largo del pasado siglo y del actual, y recomiendo el filme Cabaret (1972) a todos aquellos lectores que aún no la hayan visto, dado que retrata a la perfección el mundo que Zweig describía con cierto amaneramiento burgués. Del mismo modo, nosotros, los jovenzuelos nacidos entre los setenta y los ochenta del pasado siglo XX, creímos a nuestros padres cuando nos describieron un mundo en el que los centros académicos nos abrirían las puertas a un futuro idílico, y que sí o sí encontraríamos un hueco para nuestras aspiraciones; un paisaje costumbrista que se hizo añicos ante la Gran Recesión de 2008 y de la que nos vamos recuperando muy lentamente.
Debemos ser conscientes, como lo fue Zweig, del espíritu transformador y dinámico de nuestra época, que mira con recelo todo escenario anterior y que confía ciegamente en el progreso, porque en ello nos va la vida. Cuando la gran crisis económica se hizo notoria en nuestro país, pude comprobar a cámara lenta cómo mi generación se desperezaba y salía del alelamiento en el que había vivido durante su corta existencia. Millones de veinteañeros se restregaban los ojitos como bebés y miraban a sus papis con cara de cabreo, demandando una explicación y recreando con asombrosa exactitud los movimientos de masas de un pasado no tan lejano. Y esa misma experiencia la vivieron los incautos que marcharon con lerda sonrisa a la Gran Guerra, o en otras palabras, al horror que haría naufragar a Europa y que precipitaría las “tiranías” posteriores. En definitiva, la pérdida de la inocencia que describe nuestro escritor vienés no sólo se experimentó históricamente durante las primeras décadas del siglo XX, sino que nuestra misma biografía se compone de dos momentos: el de ayer y el de hoy. La niñez, plena de esperanza y confianza, se torna en purgatorio durante la edad adulta, cuando advertimos el frío y desencantado mundo en el que estamos inmersos y las pocas posibilidades de que disponemos para sobreponernos a él. La duración y el alcance de este shock dependen de nosotros mismos, de nuestra fuerza y carácter. Mas Zweig tenía razón cuando afirmaba:

“A pesar de todo el progreso que el cuarto de siglo de entreguerras ha traído en el campo social y técnico, en nuestro pequeño mundo de Occidente no existe ninguna nación que no haya perdido una parte ingente del placer de vivir y de la libertad de espíritu de antaño” (p. 170).

Esta pérdida se está viviendo hoy con aún mayor intensidad, en plena Tercera Revolución Industrial, debido probablemente a la conciencia de habernos liberado de un manto de inocencia que acabaría por asfixiarnos. Una sociedad masificada y asediada de estímulos no precisamente intelectuales, que prima la burocracia, el control subrepticio de sus ciudadanos y la cuantificación arbitraria del conocimiento, sobre la base de certificaciones académicas que en nada demuestran la competencia de sus poseedores. No obstante, la realidad presente supera con creces a los tiempos pasados en todo lo que respecta a los adelantos técnicos y científicos, la facilidad de acceso a la información, la estabilidad interna de las naciones “desarrolladas”, la aparición de bloques estables supranacionales, como la Unión Europea (una realidad que hubiera llevado al éxtasis a Zweig), el crecimiento de unas clases medias que atempera las castas de antaño, la liberación sexual y la igualdad entre sexos, y la posibilidad de viajar a lugares distantes con relativa facilidad.
Por lo demás, nuestra época nada tiene que ver con esos centros urbanos de cuento de hadas y esas campiñas idílicas recortadas contra Los Alpes blancos, y que sirvieron de marco y reflejo al escritor de Viena; por el contrario, y me pongo como ejemplo, nuestro periplo biográfico se desarrolla principalmente en un entorno suburbano, funcional y decadente del que es difícil sustraerse, con el fin de lograr una obra artística que supere a los maestros de la avant-garde. Se me podrá objetar que cada época encuentra su inspiración en lugares y realidades distintos, y aunque podría estar de acuerdo con el argumento, algo me dice que no es tan sencillo… En todo caso, la influencia y la expectación por las funciones de teatro y las óperas que describía Zweig en El mundo de ayer, han sido sustituidas por conciertos de pop-rock y los estrenos de la HBO, y el aprecio y la pasión de las gentes por la palabra escrita han quedado confinadas a determinadas élites intelectuales. A pesar de todo, el genio creativo se conduce actualmente en regiones distintas a las de comienzos del siglo pasado, y es llevado a término por individuos ególatras, vanidosos e histéricos de difícil clasificación, que hallan en la fusión de estilos y las redes de comunicación un cauce de expresión hasta cierto punto novedoso.
En cualquier caso, no creo en los conceptos de progreso o evolución, y por ende desconfío de amaneceres y ocasos. Vivamus, mea Lesbia, atque amemus! Todo lo demás sobra y es superfluo. Les animo, en fin, a que devoren con fruición la obra de este austriaco universal, y que no pierdan detalle de sus suculentas ideas y extraordinarios dotes narrativos. Studia Hermetica y eXcogito, se sienten herederos de la obra de estos grandes genios del pasado, y sobre ellos volveremos. Por lo demás, sigo trabajando en algunos proyectos que creo tendrán una calurosa acogida por parte de los lectores habituales de la revista. Por cierto que no me planteo mi participación en ninguna otra revista académica a corto plazo, ni tan siquiera enviar mi producción literaria a editorial alguna. Mi vida transcurre por una senda clara y contundente: evitar perder el tiempo a toda costa con intermediarios y labrar mi propio espacio editorial.