sábado, 17 de octubre de 2009

Veritas Odium Parit


Hace pocos días he vuelto a revivir una sensación muy desagradable y me gustaría comentarla aquí. Al fin y al cabo, esta página y Azogue misma se basan en la persistente búsqueda del conocimiento por la misma necesidad de obtenerlo, una necesidad que todo ser humano consciente y lúcido alberga en su interior (más allá de otros discursos posteriores y más elaborados acerca del porqué de la Historia, etc.), con lo que esta entrada se justifica muy bien en este contexto. En otro orden de cosas, es posible que estas palabras se le antojen innecesarias a las personas cultas, pero a mí sí que me importa la dimensión pública del conocimiento, es decir, que no pretendo que todo el mundo sea culto o se interese por saber o conocer; al fin y al cabo no todos tenemos esa clase de talento o incluso el mero interés por esforzarnos en ese sentido, pero este hecho no es óbice para que a las personas sabias y cultas se las mire con respeto y simpatía, y que se acepte su "autoridad" con naturalidad. Me refiero, por lo tanto, a cómo se ve y siente la cultura, y a cómo se contempla al sabio, a la sabiduría y al conocimiento en nuestra actual civilización. En realidad, esta entrada trata de los libros, de los escritores y de los enseñantes.

Actualmente la visión más o menos común, o al menos la que he tenido la nefasta oportunidad de experimentar en mis años de universidad e incluso antes, es que los libros (me refiero sobre todo a los libros de texto, léase manuales, obras monográficas, artículos, ensayos, opúsculos, obras de filosofía, historia y sobre todo religión, etc.), son vistos como una especie de ladrillo o rémora pseudoepistemológica que trata de "comernos el coco" o contarnos algo que "no tiene nada que ver con nosotros", y que lo mejor es no tenerlos demasiado en cuenta, más que nada porque podría obstaculizar el libre desarrollo de nuestra fuerte y radicalmente original personalidad, y en consecuencia embrollarnos, "rayarnos" (o como se diga), confundirnos, darnos dolor de cabeza, contarnos un cuento que nos deje fríos, cansarnos, aburrirnos, decirnos algo que no tiene nada que ver con el conocimiento "real" de las cosas, que es "experimentar por uno mismo", o simplemente deformar nuestro prístino y forjado carácter de chicos y chicas súper-guais y súper-o-sea de este súper-siglo.

A alguien le podría parecer que exagero, pero si se le preguntara, uno a uno, a los estudiantes universitarios algo tan sencillo como "¿por qué estás aquí?" (en la universidad se entiende), la respuesta variaría en un 80% (y soy generoso, creo), entre el "pa' sacarme las oposiciones y/o buscar un curro chachi", o bien (y en este momento el preclaro interpelado pondría esa cara que se pone cuando no se ha pensado algo demasiado y te preguntan por ello, con lo que estás obligado a pensar algo rápidamente), se decantaría por el "pos, pos, no sé... pa no ser un lerdo, pa' saber algo..." Y quizás una parte de estos ilustrados y bien preparados estudiantes, diría algo en plan posmoderno-progre total: "Pues para ser crítico y aprender a pensar, pa' que no me engañen y defender mis ideas, porque como dijo Marcuse, y patatín y patatán y patatún". En fin, un coñazo marxistoideo-progre-antifascista, que una vez declamado ya nos indica que ha llegado la hora del botellón o de decirle a la Sandra que "lo nuestro ya no puede ser porque soy un espíritu libre, y tú también, etcétera".

Pero eso sí, cuidado con los libros, que son caca. Lo importante para un colega mío de generación es, sobre todo, hablar largo y tendido en clase, en la cafetería o en el pub, aunque no se tenga ni pajolera idea de lo que se está hablando y no se pretenda ir a una biblioteca a contrastar ese supuesto conocimiento. La otra parte de mi generación está en clase en plan "uffff, qué coñazo, uffff qué pesada es esta", o "ufffff, qué tonterías dice aquel que está preguntando", y así una larga lista de ufs (esta clase de estudiantes "ufosos" son cojonudos, porque si realmente no les interesa ningún tema en profundidad, ¿para qué demonios están más de un lustro en la universidad?). Por otro lado, muchos profesores tratan de convertir las clases en una sesión de debate, en un brainstorming-quilombo donde cualquiera puede decir cualquier estupidez de forma gratuita, y además acerca de cuestiones más o menos abiertas, en las que está claro que uno no se va a poner de acuerdo con el vecino ni de lejos (léase República-Monarquía, el sentido de religión, si la ciencia o la religión es un dogma o no, el capitalismo malo malísimo, si existe democracia en España actualmente, y demás obsesiones posmodernas). Esto convierte las clases en una especie de Noria, donde cada contertulio profiere pseudo-ideas, retales de lecturas más o menos "ligeras", opinioncillas chorras y perogrulladas defendidas casi con violencia, etc. al discurso con conocimiento de causa o al placer de escuchar, simplemente. En otras palabras, se prefiere la participación "porque sí" al esfuerzo continuado y a la atención. Porque seamos claros: sólo cuando una persona ha dedicado buena parte de su tiempo a instruirse y a pensar es cuando puede opinar y crear, y nunca antes.

Volviendo a los libros, recuerdo siempre un artículo del Sr. Pérez-Reverte, donde relataba el bombardeo de la biblioteca de Sarajevo en estos términos:
"Aquella noche, en Sarajevo, los cañones no apuntaban a la carne humana sino a la materia que conforma su alma y su inteligencia".
El artículo ("Asesinos de libros", en Patente de corso (1993-1998). Madrid: Alfaguara, 2003, pp. 44-47) es escalofriante, y se lo recomiendo a todos aquellos amiguitos míos que observen un libro con indiferencia. Puedo imaginar a todos esos hombres y mujeres que defendieron y defienden esos tesoros del alma y la inteligencia con sus propias vidas, como para tolerar a esa horda informe de iletrados y soberbios imbéciles que desprecian el esfuerzo continuado de la humanidad como si fuera algo ridículo y ajeno a ellos. Y eso es lo que de verdad me molesta: la soberbia, "la osadía del ignorante" que diría el Sr. Pérez-Reverte; yo mismo, sin ir más lejos, soy un ignorante total (tanto que casi me odio por ello), pero jamás se me ocurriría poner cara de pez ante el sabio y el erudito, o rehuir a aquellos que saben más que yo "pa' que no crean que soy tonto", o para que no me pongan en evidencia, y ni mucho menos se me ocurriría desacreditar a los que saben con el rencor propio de los mezquinos y los idiotas. Ante el sabio se muestra respeto y humildad, y ante el que no sabe y quiere saber, tres cuartos de lo mismo; pero ante el imbécil que no sabe y además se siente orgulloso y henchido de satisfacción por ello, a ese, jejejeje...

En realidad, en muchos casos (por lo menos en nuestros días, porque al sabio no siempre se le ha visto con buenos ojos en el pasado, pero por otras razones), es pura y simple inmadurez. En el pasado nos encontrábamos con "jovencitos" como Emily Brönte (Cumbres Borrascosas, 29 años), Rimbaud (Una temporada en el Infierno, 19 años), Isidore Ducasse (Los Cantos de Maldoror, 22 años), Leopoldo Alas Clarín (La Regenta, 31 años) o Mary Shelley (Frankestein o El Moderno Prometeo, 21 años), Lord Byron (Lara, 25 años), Poe (Manuscrito hallado en una botella, 24 años), Dostoievski (Pobres gentes, 25 años) y un largo etcétera, que generaban obras de arte deslumbrantes y portentosas a esas tempranas edades. He calculado a ojo, con lo que puede ser un año arriba o abajo, pero lo que pretendo decir es que estos hombres y mujeres habían aprovechado su juventud y desarrollado sus capacidades hasta el límite de sus fuerzas, y esto no sólo a causa de su genialidad, sino como consecuencia de su madurez intelectual. Y pongo ejemplos de escritores porque en sus páginas se puede apreciar no sólo inteligencia y audacia (esto es algo que cualquier hijo de vecino puede llegar a tener con veinte añitos), sino algo más: profundidad, lucidez, oscuridad... En lo que se nos puede antojar en nuestros días como "pocos años" (la "edad del pavo", incluso), ellos y otros muchos, habían conocido el dolor, la muerte, el amor y el desamor, la responsabilidad, la pena, el destierro, la guerra, la indigencia y otras muchos sentimientos y hechos (que no tienen por qué ser desgracias) que les habían convertido no sólo en adultos, sino en adultos lúcidos, desgarrados, fuertes, orgullosos, geniales y apasionados. No en "buenos chicos" o en "empollones", o en "pusilánimes" (creo que se entiende lo que digo), sino en personas fuertes y duras de pelar, y es posible que no demasiado "simpáticas", o "positivas" o "dinámicas", o "recicladoras", o "solidarias" o "sanas", o "extrovertidas", etc. Sino en lo que he dicho: personas maduras y con un par.

Claro que el pasado es el pasado, y ese estado intermedio e hispostasiado conocido como "adolescencia" en nuestros días dura hasta los cuarenta, arruinando toda capacidad humana para alcanzar grandes ideas y por encima de todo para desarrollar la capacidad de entusiasmo y pasión por conocer, "guerrear", descubrir, conquistar, amar, o crear. Pero no, como todo el mundo sabe es más divertido y urgente perder la etapa más pasional y despierta de la vida humana en pubs y discotecas, o haciendo el capullo entre trabajos idiotas y fines de semana infames, o demás terrores de la misma laya. Como los filósofos epicúreos pero sin jardín que valga, y además sin practicar la virtud y la felicidad. Ni siquiera hedonismo, como siempre se dice, sino tan sólo fealdad y pérdida. Y que nadie me malinterprete, he puesto ejemplos de genios absolutos del pensamiento y de la literatura (son la misma cosa, en realidad), pero bien podría poner como ejemplo a todo hijo de vecino de hace no tanto tiempo que a los veintipocos ya estaba casado y con responsabilidades, y nada de perder el tiempo en chorradas y zalamerías hasta los cuarenta tacos, como en nuestro magnífico y genial siglo, en la era de la "información", liberados como estamos de todas esas horribles rémoras de la educación del pasado, y de todo el oscurantismo "de los tiempos de antes", cuando Unamuno iba con su elegante trajecito paseando por Salamanca y no era del Pepé.

En mi carrera, de hecho, la mayoría de los mozalbetes que se decantan por estos estudios, lo hacen a causa de su interés por el rollo político contemporáneo, y se lo pasan genial imaginando historias como que una República defendida por los valientes y rebeldes Caballeros Rojos había sido atacada y derrotada por los Señores Negros Fascistas (o viceversa, porque a mí todo eso me parece el mismo borreguismo). De hecho, este tipo de pensamiento infantil, en plan "buenos y malos", "negros y blancos", etc., es despreciado ya por alguien tan lúcido como Marco Aurelio en el siglo II d. C.:

"De mi tutor, el no haber sido ni verde ni azul" (Med. I, 5)

Y se refiere a las facciones circenses, unos grupos sociales o "de presión" integrados en el entramado político del Imperio (tanto del Occidental como del Oriental, dado que pervivieron en Bizancio durante muchos siglos -sobre esto recomiendo la Historia Secreta de Procopio de Cesarea, s. VI d. C.-), a caballo entre el partido político de base palmera y el aficionado al fútbol medio. En realidad, los nefastos antecedentes de las actuales democracias de rivalidad clientelar y de masas.

En fin, que me he quedado a gusto, para qué engañarnos. Sé que esto es un Cuaderno de Notas dedicado a la Historia de la Filosofía Hermética, pero no puedo pasar sin comentar la estupidez campante de nuestra época, y esto sin ánimo alguno de reivindicar mi absoluta virtud sobre el resto de miserias humanas (el primer pecador yo, mea culpa, golpes de pecho, etc.), sino con el ánimo de la mera denuncia de la contradicción, la apatía y la miseria intelectual en la que muchas veces nadamos sin apenas darnos cuenta, porque estas cosas son incompatibles con el esfuerzo que toda sabiduría y erudición conlleva, y además son la base para la destrucción de todo lo bueno que hay en el ser humano (que es muchísimo, y quizás más que lo malo).

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