domingo, 22 de febrero de 2009

Ramiro Tapia y Remedios Varo, torres de la pintura


Como viene siendo habitual, dejo constancia aquí de una nueva exposición del pintor Ramiro Tapia, que se celebrará en Valladolid del 26 de febrero al 18 de marzo de 2009. La verdad, me encantaría ir, pero con esto de la crisis me veo haciendo autoestop para llegar. Bueno, de cualquier manera a ver si cambian las cosas en lo monetario de aquí al próximo mes. Dejando a un lado mis insignificantes vicisitudes biográficas, hace pocos días conocí el nombre de una pintora magnífica del siglo XX; había visto algunos de sus cuadros por ahí, pero por casualidad, buscando por Internet, me encontré con su bendito nombre: Remedios Varo (estoy seguro de que el Sr. Tapia la conoce bien). Los cuadros de Remedios Varo están llenos de recovecos y secretos, de abrumadora feminidad y de un extraño simbolismo cercano en algunos casos a la emblemática alquímica del siglo XVII. Laberintos, bosques oníricos, montañas, sombras, pórticos, acantilados, castillos, ciudades imposibles... Todos aquellos lugares comunes explorados por los pintores "visionarios", simbolistas o herméticos, fueron excavados y sondeados también por la Sr. Varo con inigualable maestría. Es una lástima que no pueda verlos in situ, como me ocurrió con algunas de las obras del Sr. Tapia en Salamanca, pero mientras tanto me conformaré con las laminillas enanas que entresaco de la red; invito a los lectores a que me imiten, por ejemplo, en las siguientes direcciones: http://pintura.aut.org/SearchAutor?Autnum=14.914 y esta otrahttp://www.hungryflower.com/leorem/varo.html

Por otro lado, hay una cosa de estos magníficos pintores que no puedo dejar de comentar, y es la tendencia a tratar de incluirlos en etiquetas como surrealismo, realismo mágico o arte visionario. Precisamente su particular visión del mundo está tan alejada de ciertas construcciones modernas y posmodernas plagadas de pretenciosidad y sectarismo, que sus nombres se ahogan en el maremagnum del anonimato, quedando relegados en nuestros días al ostracismo de la extrañeza y la incomprensión, frente a las nuevas y horripilantes modas vomitadas de la suburbanidad, como por ejemplo la asquerosa y carcajeante exposición (no se me ocurren otro apelativos, y además creo que hasta los psicóticos que montaron "eso" estarían de acuerdo conmigo), a la que tuve la oportunidad de asistir hace años en la ciudad del Tormes, y que fue inaugurada nada más y nada menos que por el Rey, me refiero a "Barrocos y Neobarrocos: el infierno de lo bello", y que fue pregonada a bombo y platillo por la ciudad durante no sé cuántos días. Bien, no digo que me arrepienta de haber ido porque me encanta hacer trabajo de campo antropológico con cualquier cosa, pero lo cierto es que mi estómago se resintió un poquito a la salida: pude ver desde las guarradas más bajunas hasta las paranoias mentales más vacuas, todo ello sazonado con una buena dosis de intrascendencia audiovisual y un trasnochado y absurdo ánimo de provocar. Nada que ver con la obra sincera y profunda de estos magníficos artistas, que contra viento y marea siguen dejando el pabellón de la pintura bien alto, frente al diletantismo y la impostura reinantes.


"Fenómeno de ingravidez" (1963). Óleo sobre tela. 75 x 50 cm. Colección particular. México.

Me encantaría perderme en esos laberintos y torres que proclaman a los cuatro vientos la apabullante riqueza de la vida y la complejidad inimaginable del cosmos y la conciencia, busco yacer en el interior de esos preciosos y sombríos bosques de una conciencia lúcida y maravillosa, que no pretende decir nada, sino construir, trabajar y aprehender las obras de la Naturaleza y el alma. Resulta fascinante y desalentador a un tiempo observar cómo el discurso filosófico y la creación artística han experimentado un bajón tan impresionante y lamentable, como resultado de causas y condicionantes aún no comprendidos del todo... No obstante no caigo en el fatalismo: el ser humano ha experimentado muchas crisis y espero que salga de este estado de confusión un tanto desesperante. Mientras tanto quejarse es un lujo, y lo que verdaderamente hay que hacer es trabajar y trabajar para enriquecer estos tres milenios de cultura occidental-helenística que tanto ha costado levantar. Nada más: hagan el favor de pasarse por esta exposición en Valladolid, y muchas gracias a Ramiro Tapia por seguir informándome de sus movimientos.

sábado, 24 de enero de 2009

Angustia, intimidad, serenidad (Segunda Parte)


“¿Qué otra imagen de aquél habría salido más bella? ¿Qué otro fuego habría sido mejor imagen del Fuego de más allá que el fuego de acá? ¿Qué otra tierra fuera de éstas después de la Tierra de allá? ¿Qué esfera más exacta, más augusta, más regular en su movimiento después de aquella circuninclusión del cosmos inteligible en sí mismo? ¿Qué otro sol, después del inteligible, preferible a éste visible?” Plotino. Enéada II. 9.
Tenía yo ganas de seguir con los argumentos de mi anterior entrada, y ahora más que nunca dadas mis actuales lecturas; de hecho, se da el caso nada extraño de que la mercachiflería gasística me ha dado con la puerta en las narices, con lo que tendré más tiempo para mis estudios (hasta mi próximo y seguro que utilísimo empleo). A lo que iba. Decía el pasado domingo que pretendía poner en valor el pensamiento helenístico, como el propio Long, y decía también que la época en la que acontece la universalización de la cultura helénica es una de las más interesantes que han existido.

Pues bien, me resulta muy curiosa esa tendencia general de la historiografía de la época a meterlo todo en el mismo saco. Por poner un ejemplo, se compara con una ligereza pasmosa las brumosas tradiciones gnóstico-cristianas y la filosofía (neo)platónica de Plotino, y a su vez, la gnosis helenístico-egipcia hermética con el estoicismo, o con ciertas filosofías medioplatónicas y neoplatónicas (a partir del viraje decididamente "religioso" dado por Jámblico). No niego (no podría hacerlo) que todas las filosofías del periodo tomen topos filosóficos, ocertaines habitudes scolaires de la época, pero de ahí a compararlas tan alegremente va un paso de gigante. Todas estas filosofías gnósticas, platónicas y, en general, helenísticas, a pesar de que muchas veces utilicen un vocabulario parecido (aunque con frecuencia ni siquiera se podría afirmar esto, pero bueno), no tienen nada que ver entre sí. Invito al historiador que no esté de acuerdo a que imagine las diferencias entre un romano acomodado de talante filosófico ecléctico (como Cicerón), y un egipcio helenizado de orientación estoica como fue el sacerdote Queremón, nada más y nada menos, que uno de los preceptores del emperador Nerón junto con el mismísimo Séneca.

La escuela platónica, por ejemplo, nunca predominó entre el vulgo, dada su fuerte carga elitista y soteriológica; por otro lado, el estoicismo fue, y con mucha distancia de sus competidoras, la filosofía que cincelaría el destino de la civilización helenística al menos durante el Alto Imperio, y cuando uno echa un vistazo a la envidiable arquitectura filosófica y humanística del Derecho Romano contenida en el Digesto (el cuerpo central de la compilación justinianea) deja de tener dudas al respecto.

Resulta fácil imaginarse, y en esto todos los historiadores están de acuerdo y se han escrito páginas brillantísimas, el choque que supuso para los griegos el que su pequeño mapa mediterráneo se convirtiera en un Imperio Oriental de mayor envergadura que el persa aqueménida. A los griegos y macedonios aún les quedaba mucho camino que recorrer y mucho que aprender sobre los pueblos que ahora dominaban, y en ese largo camino se encontrarían solos y asustados en una inmensidad que sobrepasaba la apacible serenidad de los diálogos "atenienses" de Sócrates (Platón). La "piedad popular" griega, en otras palabras, los cultos tradicionales de la Hélade en general, y de las polis en particular, comenzarían a perder sentido para los nuevos colonizadores-conquistadores de esas extrañas tierras orientales, imponiéndose un nuevo sentimiento religioso más íntimo e individualista al principio, y tras la irrupción del cristianismo, más coherente y organizado, sin perder en ningún momento el valor dialéctico e intelectualizante propio de "lo griego". De cualquier manera, queda claro que existen muchas diferencias entre las filosofías mediterráneas de la época, y no creo que a un positivista y a un fenomenólogo actuales les gustase que se les metiera sin más en el mismo saco por la historiografía de un futuro lejano.

En realidad, esto lo digo por mis actuales y teúrgicas lecturas, debido a que preparo con gran ilusión un artículo sobre filosofía hermética y teúrgia, para la Revista internacional de investigación sobre magia y astrología antiguas; en particular, ahora estoy leyendo la obra de Shaw (que por lo que veo, es uno de los- mejores especialistas en la materia), Theurgy and the Soul: The Neoplatonism of Iamblichus (Pennsylvania State University Press, 1995), y por lo que he leído hasta el momento, su argumentación, aunque es magnífica y demás, a veces es excesivamente deudora de la obra de Dodds. A pesar de esto, resulta fascinante observar la evolución de la filosofía platónica, que desde mi punto de vista deja de ser tal con Jámblico, que instituye una praxis teúrgica que se aparta peligrosamente de las posiciones "racionales" o en definitiva, del logos platónico, para instaurar una filosofía mística de marcado carácter ¿oriental?, que en su argumentación teórica se toma excesivas libertades con la obra de Platón. El filósofo ya no se eleva estética, filosófica o místicamente -metafóricamente- al theos, sino que él mismo se encarga de la labor demiúrgica de aquél; el filósofo-demiurgo (el teúrgo, en una palabra), relevará de esta manera al filósofo helenístico al uso. Un hecho que supuso un paso atrás en la filosofía griega, pero que le vendría de maravilla a Juliano para su política religiosa frente al pasmoso avance del cristianismo.

Volviendo a esta nueva dimensión filosófica (y a veces religiosa), alcanzada por los griegos, y me refiero al mayor individualismo en su relación con lo divino y su progresivo alejamiento de los antiguos cultos tradicionales, si fuera cierto deberíamos tener constancia de ello en el arte; y de hecho, así es. Hace tiempo me llamó mucho la atención esta escultura realizada por la escuela de Pérgamo.

Se trata de la representación de un gálata moribundo; la belleza de esta escultura creo que se vislumbra por sí misma: a pesar de la caída, de la tragedia de este hombre, en su pose vencida y su desnudez ante la muerte inminente, se vislumbra grandeza y serenidad. Una lúcida serenidad que convierte a esta obra de arte en un tributo al enemigo caído y en un retrato de la propia actitud vital helenística, una actitud vital que nada tenía ya que ver con aquella idealización de la belleza forjada por Praxíteles siglos atrás. Se instaura de este modo una nueva visión del hombre, una visión puede que no más pesimista acerca de su lugar en el cosmos, puede que no más consciente de su vulnerabilidad ante la anánke (recordemos las bellas tragedias de Sófocles), pero de algún modo sí más lúcido, más maduro; al fin y al cabo la civilización helenística había alcanzado su madurez durante la juventud de la advenediza Roma. Alejandro quería alcanzar el extremo del mundo, consiguiendo en el transcurso de esa loca empresa algo más: alcanzar las profundidades del alma humana, fundirse con los otrora pueblos bárbaros, para lograr la idea de una sola humanidad educada en los modos helenísticos. Lucidez, madurez, quizás desencanto, quizás como ahora.

He subido otros tres trabajos del Sr. Calvo Martínez, al que vuelvo a agradecer su infinita amabilidad. Imagínense ustedes la obligación que puede tener una personalidad de su talla para con un humilde estudiante de Historia como yo, y con qué generosidad muchas de las puertas que he tocado se han abierto.