En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.
Estoy enamorado de Castilla y León; algo en mi
vida, en mi alma, me impulsa a seguir yendo allí. A visitar sus castillos,
monasterios, iglesias, archivos y bibliotecas. Sus campos eternos y monótonos,
la aridez de sus gentes, y la agreste sensación de lo conciso, lo frugal y lo
sobrio, me embelesan. Algo, en suma, hace que la añore. Y eso mismo me ha
vuelto a ocurrir en una reciente e intensa visita a Segovia. El Alcázar era mi
referente (aparte del todopoderoso Acueducto, naturalmente), siendo como es la
inspiración para el recentísimo Neuschwanstein
(por cierto, si pasan por El Prado no dejen de visitar una pequeña
exposición temporal: El mal
se desvanece. Egusquiza y el Parsifal de Wagner), pero de esta elegante y evocadora silueta no
voy a hablar hoy, ni de su abundante Románico, sino de dos personalidades y de
su huella constructiva en la ciudad en cuestión: Enrique IV de Castilla y San
Juan de la Cruz. Dos personalidades contrapuestas que fueron y son muy
importantes para la capital castellana.
Y es que ese algo en Castilla y León hace que
sea una tierra espiritual, cuna de místicos y de mística. En 2012 colaboré con
Ramiro Tapia en Las
Edades del Hombre: Monacatus,
con el texto explicativo para su obra “Vida Monástica”, y en él ya hacía
mención de aquellas ideas que rondaban mi magín tiempo ha. Y no se trata de
santurronería, de beatería o meapilismo; créanme cuando les digo que una íntima
religiosidad subyace en su paisaje, una religiosidad ajena a instituciones y
corrientes de pensamiento. Con frecuencia adopta la forma de una necesidad, de
una dedicación a las cosas y sus signos, a los materiales de la tierra, a sus
colores y trazos, al valor de la palabra escrita y su caligrafía de alma. Al
cielo y sus campos. A la noche que envuelve sus bosques, llanuras y montañas,
conduciendo los riachuelos por entre precipicios de noche y muerte.
El Convento de los Carmelitas Descalzos es un
representante perfecto de lo que digo. Visitado por Juan Pablo II en 1982, nos
muestra un retablo pintado por el P. Gerardo López Bonilla, un carmelita
y artista mejicano cuya obra me impresionó vivamente, al hallar su técnica cercana
al denominado Art Visionaire. Sus
alegorías de la obra de San Juan de la Cruz dotan al recinto de un halo de
modernidad que contrasta con el resto del conjunto, y que no hacen más que
justificar lo que trato de decir aquí. Y sí, de nuevo San Juan de la Cruz
acompañándome de Salamanca a Granada, y que no podía por menos que ser el
protagonista de este nuevo episodio segoviano, dado que es en este monasterio
donde yacen sus restos, en una excesivamente barroca (para mi gusto) cripta del
siglo pasado.
Lo cierto es que las letras de San Juan de la
Cruz son apasionadas, lo mismo que profundas e instruidas:
“Un día de los pasados me affligio mucho mas de
lo acostumbrado la tristeza, que nunca poco, o mucho me dexa. Y con sobrada
fatiga y cuydado hablaua conmigo mismo desta manera (…) Porque los ojos miran a
la tierra, donde començo la humana miseria el dia que peco el primer hombre” (Dialogo
sobre la necessidad y obligacion y prouecho de la oracion y diuinos loores
vocales…, 1555).
Pero no diré
mucho más sobre esto, sino que invitaré al curioso lector a deleitarse con las
obras de este santo universal, y en todo caso recomendaré la siguiente
bibliografía:
BOETA PARDO,
Rafael, “Experiencia simbólica en San Juan de la Cruz”, Revista de Ciencias de
las Religiones, nº 5, 2000, pp. 37-60.
DÁMASO ALONSO, “La
poesía de San Juan de la Cruz”, Thesaurus
IV, nº 3, 1948, pp. 492-515.
EGIDO, Teófanes,
“Hagiografía y estereotipos de santidad contrarreformista (la manipulación de
San Juan de la Cruz)”, Cuadernos de
Historia Moderna, nº 25, 2000, pp. 61-85.
ELIA, Paola, “Problemas
textuales de la obra de San Juan de la Cruz: El Cántico B”, Actas del Congreso Internacional Sanjuanista:
Ávila, 23-28 de Septiembre de 1991, Valladolid: Junta de Castilla y León, vol. 1, 1993,
pp. 123-141.
LÓPEZ-BARALT,
Luce, San Juan de la Cruz y el Islam,
Madrid: Ediciones Hiperión, 1990.
MAITÉ HERNÁNDEZ, Gloria, “Mirando a Dios. El Cántico Espiritual y Rāsa
Līlā”, Interdisciplinary
Conference of the Association of History, Literature, Science and Technology, Universidad
Complutense de Madrid, 2010, pp. 295-306.
MORALES CÓRDOBA,
Eva María, La alegoría de la prosa del
cántico de San Juan de la Cruz como explicación de la experiencia mística,
Universidad Autónoma de Barcelona, 2008.
RUFFINATO, Aldo,
“Los cuatro cuadros del Cántico A
de San Juan”, Archivo de filología aragonesa, vol. 59-60, nº 2, 2002-2004 , pp.
2071-2092.
Así como sus obras fundamentales,
en Cervantes
Virtual.
Una agria
polémica y eternas disputas eclesiásticas y académicas se han levantado desde
la publicación de la “misteriosa” obra de Fray Juan de la Cruz, y es lógico
considerando la bruma que envuelve a su preciosa y pulida palabra escrita,
fuente e inspiración para poetas y filósofos posteriores.
Prosigamos con los nexos. También en Studia
Hermetica hablé en su momento de la mística consustancial a la Alhambra, ¿y qué
puedo añadir yo a lo ya dicho por el Dr. José Miguel Puerta Vílchez?, pero ¿qué
les parece si les aseguro que el Techo del Salón de Comares tiene su eco en
otro monasterio segoviano? Y aquí llegamos al decadente Enrique IV de Castilla, al que bien podríamos imaginar revestido de suntuoso atuendo árabe, inaugurando
los recintos del Monasterio de San Antonio el Real con pertinaz paso. El
monasterio en cuestión, ubicado en el extrarradio de todo lo conocido y
conocible por el turista medio, se halla actualmente en una situación delicada
y en relativo abandono, precisamente debido a su desconocimiento por
parte del gran público. Y sin embargo alberga tesoros de incalculable belleza y
valor mundano. Y entre ellos, lo que nos interesa: los techos de la nave de la
Iglesia y de la Sala Capitular, que no son otra cosa que un trasunto de los
impresionantes techos de los Palacios Nazaríes, donde se nos ofrece una muestra
del buen hacer de la carpintería mudéjar, dando lugar a una cubierta denominada
“de par y nudillo” ataujerada, una obra de arte de la precisión matemática y
artesanal intacta, tan intacta o más que su “modelo original”, realizada bajo
la inspiración de la Sura al-Mulk (“El Reino”, o “El Señorío”):
1. ¡Bendito sea Aquél en cuya mano está el señorío! Él sobre toda
cosa es poderoso / 2. Aquél que ha creado la muerte la vida para probar quien
de entre vosotros obra mejor. Él es el Poderoso, el Indulgente. / 3. Aquél que
ha creado siete cielos superpuestos. Mira si ves en la obra del Clemente
imperfección alguna. ¡Vuelve la vista! ¿Has observado alguna falla? / 4. Luego,
vuelve la vista a ella un par de veces; la vista volverá a ti cansada y
fatigada. / 5. Hemos adornado el cielo del mundo con candilejas, que hemos
colocado como piedras para lapidar a los demonios, para quienes hemos preparado
el tormento del fuego.
Y yo, que he tenido la ocasión y oportunidad de
pasear por encima del Techo del Salón de Comares, y observar así el armazón de
madera que sostiene los cielos, puedo apreciar incluso más su insuperable
técnica y sus conocimientos matemáticos, siguiendo a Platón cuando nos asegura
que la γεωμετρία conveniente
es aquella que obliga a contemplar
la esencia: οὐκοῦν εἰ μὲν οὐσίαν ἀναγκάζει θεάσασθαι, προσήκει (Rep.
VII, 526e). Esencia (οὐσία) y alma (ψυχή) convergen para hacernos ver a los
pobres mortales de qué estamos hechos, de dónde venimos y hacia dónde vamos
tras la descomposición de nuestros cuerpos. ¿Qué mayor cántico espiritual que
este, concebido cuatro siglos antes de nuestra era, y repetido milenios después
por cientos de generaciones de hombres en regiones tan distantes y distintas? Y
así nos los explicó la guía, con apasionadas y sentidas palabras. Todo un lujo,
amigos. Así que ya saben: no dejen de visitar el Monasterio de San Antonio el
Real si alguna vez pasan por Segovia; de esta manera se deleitan ustedes mismos
con belleza platónica y además ayudan a la preservación de nuestro rico
patrimonio histórico, inigualable y único en el mundo.
Dos recomendaciones bibliográficas más:
CABANELAS RODRÍGUEZ, Darío, El techo del Salón de Comares en la Alhambra,
Patronato de la Alhambra y Generalife, 1988.
GARCÍA GIL, Alberto, La arquitectura del Monasterio de San
Antonio el Real de Segovia, Hermanas Clarisas de San Antonio el Real, 2009.
Y otros recursos:
Eso siempre fue España: una abigarrada
mezcolanza de culturas que contradice las visiones reduccionistas que a menudo
se nos venden, tanto por parte de los especialistas como de la cultura popular.
Desde luego no hablamos de “armonía social”, pero sí de un verdadero
intercambio y una admiración cristiana hacia una cultura de muchos modos
superior, y un cruce de caminos entre dos religiones que partían de un tronco
común, y que compartían más que contradecirse.
Y quizás por ese motivo la visita al Palacio
Real de la Granja de San Ildefonso agrava esa sensación de contraste infinito:
un intruso en tierra espiritual, una amalgama mitológica y pagana versallesca
da la mano a la mística recia y profunda de España, ejemplificado en este
volumen manuscrito de Consideraciones
Devotas, extraído de la
biblioteca de Felipe V (Ms. 868
BNE, cfr. “Las meditaciones sobre los cantares, de Santa Teresa de Jesús”, de
Julio C. Varas García).
La próxima vez que escriba aquí será para
anunciar nuestra particular academia de lenguas clásicas, con la que espero por
un lado sacar algo de rédito a este mi proyecto, y por otro lado dedicarme a mi
pasión por la literatura antigua y renacentista. ¡Estad atentos!
Siempre aprendiendo de tí, amigo Iván. ¡Qué belleza de fotos y qué belleza de texto! Mil gracias.
ResponderEliminarPor el contrario, gracias a ti, amiga Mar. No sabes cómo me reconfortan y animan tus amables palabras. Seguiremos acercándonos por Castilla y León, ¡imposible escapar a su influjo! Un abrazo.
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