domingo, 28 de junio de 2009

Studia Humanitatis


"Sapere aude,
Incipe: vivendi qui recte prorogat horam.
Rusticus expectat dum defluat amnis; at ille
Labitur, et labetur in omne volubilis aevum". Horacio, Epístolas, I, II, 40.
El lector habitual ya sabrá que de vez en cuando escribo en este cuaderno acerca del ambiente universitario en general y del estado de los estudios humanísticos en concreto. Bien, desde hace meses le llevo dando vueltas y vueltas a las mismas ideas, y como he tenido la oportunidad de ver y vivir algunas cosas enriquecedoras, interesantes, graciosas y, por qué no, grotescas, durante los últimos tiempos, no puedo sino exorcizarlas. Asimismo, creo que este tipo de consideraciones se justifican bien en un cuaderno de notas sobre hermetismo, aunque sólo sea porque esta filosofía tardoantigua constituyó uno de los pilares básicos del Renacimiento, y una verdadera inspiración para los filósofos platónicos del periodo, y posteriormente para otro tipo de corrientes de pensamiento como el pseudo-paracelsismo (Theophrastia Sancta), el Rosacrucismo, la Teosofía y más tarde el Pietismo dieciochesco.

He decidido además titular a esta entrada "Studia Humanitatis" con todas las de la ley, porque de hecho, yo concibo la universidad del mismo modo que aquellos hombres cultos, lúcidos y valientes que durante el Renacimiento se enfrentaron al academicismo retorcido: al aristotelismo y al pedantismo, tratando de erigir no sólo una nueva universidad, sino también un mundo nuevo en el seno de una civilización asentada sobre sus raíces más venerables. Un mundo donde la frase de Horacio del encabezamiento cobrara sentido, donde nuestra civilización fuera más luminosa, una civilización que no cayera en el agujero de la desesperanza y del alejamiento del propio ser humano. Un mundo antropocéntrico en el sentido renacentista y clásico, es decir, un mundo que ensalzara las artes, las letras y las ciencias para el bien de la humanidad, pero siempre sobre la base de una visión totalizadora del conocimiento, que se alejara de la vana separación de las ciencias que caracterizaba a la universidad medieval, como bien enunciaba Lorenzo Valla, uno de sus más fervientes defensores.

Esta idea, por ejemplo, fue la que llevaría al Cardenal Cisneros a la fundación de la Universidad de Alcalá, en oposición precisamente a la escolástica y gris Universidad de Salamanca, una universidad que denostó al mismísimo Antonio de Nebrijasencillamente por su talento, pero una universidad que albergaría igualmente a personajes como Francisco de Vitoria, que defendió la Verdad, la Belleza y la Justicia (aquí cobra todo su sentido Platón), frente al resto de bárbaros insensatos que trataban de subyugar a los indígenas de las Américas. Una universidad en la que los versos de Fray Luis de LeónSan Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, adornaran pórticos, librerías y corredores. Hombres y mujeres que defendieron la justicia frente a toda una gritona y violenta grey de ignorantes, mezquinos, pedantes e imbéciles. En resumen, una universidad que sostuviera a una civilización siempre vacilante, peligrosamente inclinada hacia la violencia gratuita, la arbitrariedad e incluso la locura (si no me creen, lean algo sobre la Guerra de los Treinta Años), y que amenazaba con arrastrar en su locura el esfuerzo continuado de los hombres sabios, valientes y buenos que en el mundo han sido. A veces esta institución venerable que conocemos como "universidad" lo consiguió y otras muchas no, pero lo importante es que esa lucha continuaba. Paso a paso, generación a generación. En esa lucha silenciosa estaban implicadas muchas personas apasionadas: personas férreas y duras de pelar, extremadamente cultas pero en absoluto vacilantes a la hora de defender con hechos sus palabras. Cada uno a su manera: mediante la palabra o mediante la espada.

No quiero extenderme mucho más en este recuento. Ahora hablaré de nuestro presente. ¿Qué queda de ese antiguo antropocentrismo, de esa bella idea de humanismo renacentista? ¿Qué queda ahora de los estudios humanísticos: de la madre Filosofía y de sus hijas: las Filologías, la Historia, las Artes, la Antropología, el Derecho y el resto de ciencias sociales? O mejor dicho, ¿se estima de igual forma en la actualidad a un científico y a un filólogo?, ¿respetamos del mismo modo a un filósofo y a un médico? ¿Acaso nuestras sociedades erigen sus jerarquías sociales y sus valores ético-estéticos sobre bases humanísticas? Las respuestas son efectivamente unos noes como unas catedrales. En realidad, no estoy apelando con esto a ningún sentimiento más o menos lacrimógeno, ni trato de hacerme el intelectualoide pedantesco. Voy más allá: esto que digo tiene consecuencias devastadoras sobre nuestras sociedades. Desde la arquitectura de nuestras ciudades (recuérdese la aciaga Carta de Atenas y el alzamiento de psicópatas como Le Corbusier a la categoría de genios), hasta el consiguiente alejamiento del Arte con mayúsculas de nuestras calles, de nuestra vida cotidiana, de nuestras élites intelectuales o políticas (compárese la belleza inigualable de ciudades como Florencia con los terrores tecno-funcionales de las ciudades contemporáneas de los Estados Unidos o de los países ex-soviéticos; compárese a los genios del pasado como Miguel Ángel, o, sin ir más lejos, Van Gogh, Manet o Goya, con los idiotas y ridículos histriones que han hecho las veces de "artistas" en nuestra época, como los Andy Warhol o los Duchamp. Locos e infelices que pugnaron por alejar la civilización de su contexto humano, creando terrores suburbanos de pesadilla y sociedades feas y grises, que destrozan nuestra amada tierra desde hace ya demasiados años.

Esto en lo que respecta al arte, pero mucho podríamos decir acerca de otras regiones de cualquiera de nuestros ámbitos culturales. Dejo para el lector avispado un recuento más o menos exhaustivo de ejemplos. Para mí es algo evidente que la decadencia generalizada de la civilización va de la mano de la decadencia de los estudios humanísticos, de nuevo en manos de pedantes, idiotas e incompetentes, que desde sus sinecuras, en el caso que nos ocupa ahora, universitarias, promueven un estudio estéril y solipsista, que no hace sino engordar los ridículos apuntes de una generación floja, inerme y cobarde, que cada vez más se aleja del verdadero sentido del saber, y se deja morir en la cuneta de la indiferencia, mientras los despojos y los sueños rotos u olvidados de las manifestaciones culturales sesenteras y setenteras, adornan la carretera de una civilización que desde hace mucho tiempo ha perdido el norte, y no es que navegue hacia el desastre absoluto, es sencillamente que no navega.

Ahora los que mandan son los integrantes de un célebre círculo de locura que todos conocemos bien: tecnócratas empresariales y financieros, clases políticas analfabetas e inermes, científicos de no-sé-yo-hago-lo-que-me-mandan, técnicos administrativos ciegos y ridículos que hacen que tu risa durante la lectura de La Nariz de Gogol sea amarga, artistillas del qué-bueno-que-soy, periodistas imbéciles y depravados... Todas estas "clases" insertas en este círculo dominador han desbancado de sus venerables sillas a losTurnèbe, a los Casaubon, a los Erasmo, a los Lutero, a los Ficino, a los Patrizi, a los Loyola, a los Montaigne, a los Petrarca, a los Pascal... Han escupido a los grandes escritores: a Dostoievski, a Proust, Kafka, a las benditas Brönte, a Clarín, a Cervantes, a Shakespeare... Recuerdo una buena película que vi hace poco: Copying Beethoven (2006), que relata a la perfección el choque que representan la pasión y la actividad puramente humanas de un genio magnífico y atormentado por el dolor, y una sociedad que cada vez con mayor intensidad, prestaba atención a los técnicos y a los ingenieros: los generadores de la Nada. Una sociedad que llevaba el camino directo a la locura: si no me creen, cuenten los muertos de las Guerras Mundiales y sus coletazos durante todo el siglo XX, y sobre todo sus consecuencias para los vivos (que aún hoy pueden sentirse).

Y todavía una gran masa de analfabetos e idiotas se sigue preguntando para qué demonios sirve conocer las declinaciones latinas o griegas, para qué debemos construir edificios que reconcilien al ser humano con la naturaleza (el último intento lo encontramos en el Modernismo), para qué sirve un filósofo, para qué demonios sirven los estudios historiográficos que arrojan luz sobre nuestro pasado, para qué continuar escribiendo partituras y hacer música que eleve nuestros corazones, para qué pintar cuadros que nos estremezcan. Todavía hay gente que se sigue preguntando el porqué de intentar la comprensión del lugar del ser humano en el Cosmos (en definitiva, la ciencia teórica), en la Naturaleza y en la realidad divina. Para qué preguntarnos todas estas cosas, si estamos seguros en manos de empresarios y políticos psicópatas e ignorantes. Todavía recuerdo cómo una muy conocida y venerada catedrática de Derecho, me comentaba con orgullo que había sido mentora de un infame concejal de la localidad, que nada más aterrizar en su sinecura había logrado un sueldazo a cambio de nada. Recuerdo además cómo un respetado juez allá por mi isla, me decía que el Derecho Romano era una "entelequia histórica", o bien cuando toda una catedrática del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca, trataba de explicar la filosofía y la ciencia de este periodo tan vital para nuestra civilización, tachando a Aristóteles de "tonto" y a Isaac Newton de "homosexual reprimido"... Bueno, a pesar de estos desaguisados, aún nos preguntamos, lo queramos o no, sobre el sentido del concepto de "civilización", sobre nuestra vieja Europa. En definitiva, sobre muchas cosas y hechos humanos, porque humanos somos y seguiremos siéndolo, hagamos lo que hagamos. Además, en la actualidad, existe mucha gente preparada que trabaja en el ámbito universitario, y tengo que decir que algunas de estas personas han sido mis profesores, y a estas competentes, valientes y cultas personas, sí que las voy a citar: Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares, Francisco González de Posada, Leandro Sequeiros, Ignacio Núñez de Castro, Pablo García Castillo, José Luis Calvo Martínez, Félix García Morá, Cohen Amselem, Luis Serrano-Piedecasas, Santiago Díez Cano, María Soledad Corchón Rodríguez, José Luis Martín Martín, Ángel Vaca Lorenzo, Fernando Luis Corral, Julio Sánchez Gómez, y otros muchos maestros de los que ya no recuerdo ni siquiera sus nombres, por los años transcurridos desde el colegio y el instituto. Ellos no son personas que me "caigan simpáticas" o que me hayan puesto una buena nota o me hayan adulado de cualquier otro modo, sino personas que en general he conocido en la distancia, con mucho respeto y admiración: les aseguro que he disfrutado con sus explicaciones y sus trabajos, y por ello les estoy agradecido.

Pero bueno, ¿y qué pasa con nuestra universidad española? Contestaré con un ejemplo. Recientemente me he encontrado algo que no esparaba encontrar jamás, porque, ya lo he dicho, he conocido incompetentes, tontos, pedantes, envanecidos y ridículos, pero nunca había conocido a un profesor que diera clases sin conocer lo básico acerca de su propia materia, y que para esconder esto, planteara las clases "en plan debate" (imagínense: "Los romanos, esto... eran muy listos"; o "qué simpático, jijijiji, un emperador estoico"...). Les juro que sufría de lo lindo: la vergüenza ajena me dominaba mientras oía semejantes chorradas, y sobre todo, mientras me imaginaba lo que le estaba costando al erario público mantener al mentecato en cuestión en su puesto. Y al final me preguntaba lo inevitable: ¿para qué demonios sirve la universidad? Además, no se engañen: ahora tenemos nuestra propia escolástica, que no pasa simplemente por incompetentes que lograron su plaza mediante clientelismo barato, sino también por una novedosa panda de "locos" (creo que se les puede llamar así con justicia), que además de su plaza como profesores, habitan en institutos e instituciones de lo más variado, imagínense: "Instituto de estudios para-feministoides de género", o "Instituto de estudios de la Pacificación de las naciones", o chorradas de esa laya, que sólo sirven para justificar un plus en sus ya generosos estipendios a cargo del común de los pecheros; o bien que defienden metodologías y cuestiones pseudo-históricas para no tener que currar de verdad. De hecho, ahondando en lo mismo, me lo paso muy bien cuando oigo a algún despistado hablar de que "hace falta invertir más en educación", y algún preclaro político, tanto da que sea del Pesoe o del Pepé, que siguiendo este principio, se le ocurre gastarse una millonada en poner no sé cuántos ordenadores en tantos colegios, como si esa ridiculez fuera a hacer más sabios y eficaces a la horda botellonesca que día a día abarrota esos colegios, institutos y facultades de Dios. O cuando dicen que van a financiar "actividades culturales", y echan unas perras en el bote electoralero para que cuatro bobos organicen un concierto de jipjop, un "encuentro grafitero", o -la madre que los parío- un concierto de tambores congoleños en alguna céntrica plaza, al grito y/o eslogan de "fusion", "encuentro de jóvenes artistas" o "urban rhythms" y paridas de ese tipo.

Y bien caballeros, ¿qué hay de la cultura de verdad? De esa cultura que en otro tiempo daba para historias tan fascinantes como la que protagoniza, por ejemplo, la llegada de los textos herméticos a Europa (después de la recepción siglos antes del Asclepio en el entorno de Chartres en Francia, y de algunas obras de astro-magia que pueden pasar por "herméticas", en la labor compiladora que supuso el mecenazgo de Alfonso X, en España). Pues bien, ese silencioso y enormemente influyente acontecimiento, es casual a la par que hermoso: un clérigo bizantino, Leonardo da Pistoia, que termina con un "misterioso" manuscrito en Italia, y que bajo los dictados de Cosimo il Vecchio, Ficino traduciría incluso antes que los textos del mismísimo Platón; unos textos que, recreando un poco la impresión del insigne traductor-difusor, parecían estar producidos por una sabiduría anterior a Cristo, por lo que además de ser una profecía acerca del advenimiento del cristianismo, implicaba el reencontrarse con unas raíces antiquísimas y de valor incalculable (la bien conocida prisca theologia): "Hic ruinam praevidit priscae religionis, hic ortum novae fidei, hic adventum Christi, hic futurum iudicium, resurrectionem hominem, renovationem saeculi, beatorum gloria, supplicia peccatorum". Para una descripción detallada de esto, remito al lector al trabajo de Sebastiano Gentile, "Ficino ed Ermete", en Marsilio Ficino e il ritorno di Ermete Trismegisto, Florencia: Centro Di, 2000, pp. 19-26.

Cambiando este tono tan "dramático", tengo que decir que estoy muy contento con que este humilde proyecto de investigación mío tenga desde hace unos días un lugar en el índice de Azogue. Para mí es y será un placer seguir trabajando para un proyecto como este, en el que personas sencillas, serias, a la par que competentes y cultas, desarrollan una labor magnífica, desinteresada y no financiada. Todo un ejemplo para el que quiera seguirlo. Además, me alegro mucho de que personas de la valía de Mar Rey y Miguel López dispongan de su propio blog en Azogue; espero aprender mucho de ellos.

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