viernes, 31 de octubre de 2008

La Caída de Adán


Entonces Prónoia vio al ángel y lo amó. Pero él la odiaba porque ella estaba en la oscuridad. Ella deseaba adherirse a él, pero no pudo. Al no poder satisfacer su amor, vertió su luz sobre la tierra. Desde este día este ángel fue llamado "Adán de Luz", cuyo significado es "el luminoso hombre de sangre". Sobre el origen del mundo.
El hermetismo es una "gnosis", y la gnosis es (por si alguien dudaba acerca del significado del término), como ya dejara sentado el congreso de Mesina en el año 1966, "un conocimiento de los misterios divinos reservado a una élite". Estas formas de revelación gnóstica abundaron en el pensamiento religioso (¿filosófico?) del Egipto de los siglos I al IV d. C., y entre esas formas gnósticas hallamos las que creo han alcanzado mayor fama después del hermetismo, a saber: el gnosticismo herético cristiano en sus vertientes más conocidas setiana y valentiniana. Recomiendo a aquellos lectores más interesados en el tema la magnífica introducción general desarrollada en el primer volumen de la muy cuidada edición española de los tratados gnósticos que componen la Biblioteca de Nag Hammadi, una introducción llevada a cabo, cómo no, por Antonio Piñero y José Montserrat Torrents, los dos mayores especialistas, junto con García Bazán (miembro de la ESSWE, por cierto), en estas cuestiones.

Esto viene a cuento porque hace meses prometí en otra entrada de este cuaderno hablar acerca de las interesantes y muy sugerentes relaciones entre algunas filosofías contemporáneas y determinadas corrientes gnósticas tardoantiguas. El mismo Antonio Piñero deja constancia de algunas de estas relaciones centrándose sobre todo en la literatura (y se olvida de muchas obras, por cierto, porque doy fe de que son bastantes). Creo que en su momento lo comenté pensando en la obra de Jonas, y en lo poco que estimaba su forma heideggeriana o fenomenológica de abordar un capítulo de la Historia del pensamiento demasiado alejado de nuestra época actual como para encasillarlo tan alegremente en el estrecho molde de lo contemporáneo, como si el pasado pudiera explicarse y comprenderse únicamente desde nuestro "lejano presente".

Quizás lo más llamativo de estos tratados gnósticos que nos han llegado a través de sus detractores (Ireneo, Hipólito...), o bien de fuentes primarias coptas (Nag Hammadi), sea su absoluto desprecio por el mundo material en el que vivimos. Su despreocupación es consecuencia de una visión terriblemente pesimista del Cosmos, una creación que según ellos fue el producto fortuito y horrendo de un dios menor (el Demiurgo o Yaldabaot), y que irremediablemente convierte el entorno y la sociedad humana en una penosa cárcel para el hombre espiritual. Pero, y aquí es donde creo que debemos maravillarnos más, los gnósticos no consideran que el hombre sea malo en esencia (espiritual), sino que es un ángel cuya caída es consecuencia de las maquinaciones envidiosas del Demiurgo, que jamás participó de la divinidad primordial del verdadero Dios. Es decir, que en cierto modo, los "hombres espirituales" comparten la chispa divina del Pre-Padre, y no así el Demiurgo, un dios ignorante y malvado que ha encadenado al hombre a la materia, a través de sus lacayos los arcontes. Centrémonos ahora en la concepción gnóstico-cristiana de la materia, dejando para más adelante la antropología.

Esta concepción pesimista y pegajosa de la materia la encontramos muchos siglos después, por ejemplo, en La Nausée de Sartre; evidentemente no planteada en los mismos términos religiosos o místicos, pero al fin y al cabo insistiendo en el mismo asco del que hablaba Dodds al referirse a la opinión común tardoantigua (y no sólo gnóstica) acerca de nuestro mundo sometido al devenir. El fragmento, que muchos lectores seguro que reconocerán, es el siguiente:
Yo gritaba "¡qué porquería, qué porquería!" y me sacudía para desembarazarme de esa porquería pegajosa, pero ella resistía y había tanta: toneladas y toneladas de existencia, indefinidamente; me ahogaba en el fondo de ese inmenso asco.
Desde luego, la palabra "materia" no está presente en este fragmento cumbre de la obra en cuestión, pero la "existencia" o la "libertad", conceptos tan alegremente comentados en esta y otras obras de Sartre, desde mi punto de vista remiten (y además son una mera reconstrucción moderna) a los ya remotos conceptos de "kénoma", "heimarméne" o "prónoia". El primero de ellos, supongo, es de origen gnóstico, y remite al mundo físico en oposición al Pleroma (el mundo superior o espiritual); los otros dos remiten a todo lo relacionado con la necesidad, la providencia, etc. Además, todos estos conceptos, que así planteados pueden parecer de origen e intención físico-naturales o cosmológicos, son en realidad "principios ontológicos" que determinan a priori la naturaleza humana. Es decir, el mundo físico (kénoma) está sometido a la necesidad (heimarméne) y a la providencia (prónoia), debido a la degradación de Sofía (hipóstasis equiparada al Espíritu Santo) y a la acción desafortunada de Yaldabaot (el Demiurgo). En el centro de este terrorífico tejido cosmológico está el hombre encadenado, encarcelado en un mundo de sombras cuya escapatoria viene dada por la ascesis y la pureza moral, y por un alejamiento consciente del mundo que le rodea, con el fin de despertar la chispa divina que una vez alimentó la existencia del primer hombre. Y aquí llegamos a la apasionante cuestión de la libertad.

Esta horrenda cárcel de humillaciones, enfermedades, orines y pestilencias que es el mundo según los gnósticos, puede albergar héroes. Héroes que se enfrentan a los arcontes y a Yaldabaot para elevarse sobre el kénoma y ascender progresivamente, valiéndose de la magia y la pureza religiosa (dos caras de la misma moneda), a través de las esferas astrales para alcanzar la Enéada, el "círculo" último, más allá de las estrellas fijas, y que da la bienvenida al Pleroma: a la verdadera libertad del hombre; su verdadero reino como criatura angélica y espiritual que es. Esta pesadilla y su anábasis liberadora correspondiente, me recuerda mucho a la obra de Kafka, en la que sucesivos héroes se enfrentaban a una maquinaria absurda e inalcanzable, que degradaba al individuo a ser un mero esclavo ignorado e impotente; sin embargo, en esta chatarra humana se alza un héroe que pretende alcanzar la libertad, aun en contra de todos y todo; a pesar de su alejamiento, de su alienación, de haber sido abandonado por sus seres queridos, a pesar de ser perseguido y acusado.

El hombre contra la máquina. Así pues, y a pesar de todo, la filosofía gnóstica más pesimista es en última instancia una filosofía antropocéntrica y vagamente optimista, en la medida en que concibe una salida y una chispa divina en el hombre encarcelado. De hecho, algunas corrientes gnóstico-cristianas adoraban a la serpiente del Génesis porque, según ellos, simbolizaba la libertad del hombre frente al Dios veterotestamentario, al que creían la representación de la divinidad malvada Yaldabaot, que pretendía encadenarlos y mantenerlos en la ignorancia de su propia condición superior. Desde nuestra óptica contemporánea todas estas doctrinas son perturbadoras, curiosas o extrañas hasta lo cómico, pero planteadas de determinada forma pueden dar para muchos cuentos de terror. Algo así debieron pensar los inventores de un juego de rol reciente: Kult; recuerdo que este logrado e inquietante juego de interpretación copiaba al pie de la letra, y además con mucho talento, todos estos mitos gnósticos, además de otras cuestiones de índole ocultista, insuflándole vida a un mundo (posmoderno, por cierto) terrorífico, dominado por la acción de los arcontes, y abandonados a su vez por un Demiurgo del que nada sabían.

Como se ve, estos mitos gnóstico-cristianos dan para muchas sugerentes reinterpretaciones contemporáneas. Aquí he tratado de hablar de algunas de ellas, pero aseguro a los lectores que este tema daría para más de una tesis doctoral. Es más, estoy casi seguro de que muchas de las sectas destructivas de nuestro tiempo basan algunos de sus presupuestos en estas concepciones gnósticas, en contra de otras posiciones místicas y religiosas más optimistas, como la filosofía hermética, sin ir más lejos. Eso sí, para entender el ambiente en el que surgió el hermetismo y algunos de sus escritos más famosos (en particular el Poimandres -CH I-, y el tratado de Nag Hammadi Discurso sobre la Ogdóada y la Enéada), se debe estudiar con cierta profundidad el gnosticismo.

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